Es prácticamente un hecho que el tema marítimo reflotará en el futuro y lo hará cuantas veces sea necesario, hasta que finalmente alcance una solución definitiva.
Por: Andrés Guzmán Escobari
Publicado en Cambio
La política de reintegración marítima boliviana, que nació exactamente hace 140 años, cuando Bolivia perdió su contacto directo y soberano con el mar, ha trascendido diversos gobiernos de distintas ideologías y ha sobrevivido duros golpes en la palestra internacional, que a pesar de su dureza no han logrado extinguirla.
Después de la Guerra del Pacífico (1879-1884) devino un extenso período de tregua, entre 1884 y 1904; en el que Bolivia estaba más enclaustrada que nunca. Imposibilitada de establecer sus propias aduanas y restringida para transitar por los puertos bolivianos y peruanos que Chile había ocupado por la fuerza. En todo ese tiempo, el pueblo boliviano mantuvo la convicción de que no solo recuperaría su independencia aduanera cuando se alcance la paz, sino que también mantendría su presencia soberana sobre las costas del Pacífico.
No obstante, cuando finalmente se firmó el Tratado de Paz en 1904, si bien se eliminaron las restricciones que habían asfixiado al comercio boliviano durante la tregua y se ampliaron en el papel las facilidades de tránsito para Bolivia en territorio y puertos chilenos, también se reconoció el dominio absoluto y perpetuo de Chile sobre la mayor parte de la costa que hasta ese momento había sido boliviana.
A pesar de que el arreglo finalmente alcanzado era claramente desfavorable a Bolivia, el Gobierno de entonces lo defendió destacando justamente la independencia aduanera y el compromiso de Chile por construir un ferrocarril de Arica a La Paz, que luego funcionó regularmente hasta 2005, cuando la empresa que lo operaba en el lado chileno se declaró en quiebra.
Tras la suscripción del Tratado de Paz y Amistad de 1904, muchos creyeron que Bolivia nunca más podría reclamar un puerto sobre el Pacífico, como lo había hecho hasta ese entonces. Pero al poco tiempo, motivada por los incumplimientos de Chile a ese mismo tratado, la diplomacia boliviana emprendió nuevas acciones que trascendieron en la formalización de la política de reintegración marítima.
Ciertamente, el memorándum Sánchez Bustamante, que el Canciller boliviano de 1910 envió a sus pares de Lima y Santiago, sentó las bases para lo que a partir de entonces sería una política de Estado: “Bolivia no puede vivir aislada del mar: ahora y siempre, en la medida de sus fuerzas, hará cuanto le sea posible por llegar a poseer por lo menos un puerto cómodo sobre el Pacífico; y no podrá resignarse jamás a la inacción cada vez que se agite este asunto de Tacna y Arica que compromete las bases mismas de su existencia”.
Estas declaraciones motivaron nuevas gestiones en diversos ámbitos. La más emblemática de todas fue la emprendida ante la Liga de las Naciones, donde Bolivia acudió en 1920 y 1921, para demandar la revisión del Tratado de 1904. No obstante, la comisión encargada de revisar el caso estableció que tal como había sido presentada la demanda boliviana, resultaba inadmisible porque la revisión de los tratados es competencia exclusiva de las partes contratantes.
Este resultado también generó desazón y se creyó, una vez más, que ya no habrían más posibilidades para el asunto marítimo en el futuro. Pero al poco tiempo se realizaron nuevas gestiones.
Durante los años 20 del siglo pasado, las conversaciones entre Bolivia, Chile y Perú crearon nuevas expectativas, esta vez acerca de que el enclaustramiento boliviano podría ser resuelto junto al asunto de Tacna y Arica que aún permanecía pendiente. Sin embargo, cuando finalmente se alcanzó la solución, en 1929, y se acordó que Chile se quedaría con Arica y devolvería Tacna al Perú, el asunto marítimo no solo fue vilmente marginado, sino que también se le impuso una complicación jurídica más: la necesidad de que chilenos y peruanos alcancen un “acuerdo previo” para ceder a una tercera potencia parte o la totalidad de los territorios de Tacna y Arica, que conforman el espacio territorial por donde más factiblemente podría resolverse el asunto con soberanía.
La frustración que generó este acuerdo en Bolivia fue muy grande y muchos creyeron nuevamente que era el fin del asunto marítimo. Sin embargo, después de algún tiempo, bolivianos y chilenos retomaron las tratativas y suscribieron sendos acuerdos en 1950 y 1975, que lamentablemente tampoco llegaron a buen puerto.
A partir de 1979, al cumplirse 100 años de la invasión chilena al puerto boliviano de Antofagasta, Bolivia cosechó importantes victorias diplomáticas en el ámbito multilateral, especialmente en la OEA y en el Movimiento de Países de No Alineados, donde la causa marítima boliviana recibió el apoyo de cientos de países.
Después de lo que fue el intento del “enfoque fresco” en los años 80, transcurrió un período en el que no se trató el tema públicamente y que concluyó con la adopción de una agenda sin exclusiones a principios del año 2000. Dicha agenda, que llegó a tener más de 30 temas en cierto momento, se condensó en 13 puntos específicos a partir de 2006, cuando los presidentes Bachelet y Morales protagonizaron un inédito acercamiento, que incluyó al tema marítimo y el asunto del Silala.
Luego las cosas cambiaron radicalmente, el Chile de Piñera decidió interrumpir la Agenda de 13 puntos y la Bolivia de Morales recurrió a la Corte Internacional de Justicia (CIJ).
Las esperanzas que albergamos quienes creímos en la demanda sobre la obligación de negociar un acceso soberano al océano Pacífico, como un paso importante en este largo y difícil camino hacia el mar, se convirtieron en el peor agravante de la frustración que luego generó el resultado del proceso.
En efecto, el fallo que la CIJ emitió el 1 de octubre de 2018 desestimó todos y cada uno de los argumentos bolivianos y representó un nuevo golpe para la política de reintegración marítima que seguramente tomará algún tiempo superar. Pero tampoco será el fin, pues aunque como siempre hay quienes vaticinan el fin del asunto ha terminado, si consideramos los antecedentes comentados, es prácticamente un hecho que el tema reflotará en el futuro y lo hará cuantas veces sea necesario, hasta que finalmente alcance una solución definitiva.
Por: Andrés Guzmán Escobari
Publicado en Cambio
La política de reintegración marítima boliviana, que nació exactamente hace 140 años, cuando Bolivia perdió su contacto directo y soberano con el mar, ha trascendido diversos gobiernos de distintas ideologías y ha sobrevivido duros golpes en la palestra internacional, que a pesar de su dureza no han logrado extinguirla.
Después de la Guerra del Pacífico (1879-1884) devino un extenso período de tregua, entre 1884 y 1904; en el que Bolivia estaba más enclaustrada que nunca. Imposibilitada de establecer sus propias aduanas y restringida para transitar por los puertos bolivianos y peruanos que Chile había ocupado por la fuerza. En todo ese tiempo, el pueblo boliviano mantuvo la convicción de que no solo recuperaría su independencia aduanera cuando se alcance la paz, sino que también mantendría su presencia soberana sobre las costas del Pacífico.
No obstante, cuando finalmente se firmó el Tratado de Paz en 1904, si bien se eliminaron las restricciones que habían asfixiado al comercio boliviano durante la tregua y se ampliaron en el papel las facilidades de tránsito para Bolivia en territorio y puertos chilenos, también se reconoció el dominio absoluto y perpetuo de Chile sobre la mayor parte de la costa que hasta ese momento había sido boliviana.
A pesar de que el arreglo finalmente alcanzado era claramente desfavorable a Bolivia, el Gobierno de entonces lo defendió destacando justamente la independencia aduanera y el compromiso de Chile por construir un ferrocarril de Arica a La Paz, que luego funcionó regularmente hasta 2005, cuando la empresa que lo operaba en el lado chileno se declaró en quiebra.
Tras la suscripción del Tratado de Paz y Amistad de 1904, muchos creyeron que Bolivia nunca más podría reclamar un puerto sobre el Pacífico, como lo había hecho hasta ese entonces. Pero al poco tiempo, motivada por los incumplimientos de Chile a ese mismo tratado, la diplomacia boliviana emprendió nuevas acciones que trascendieron en la formalización de la política de reintegración marítima.
Ciertamente, el memorándum Sánchez Bustamante, que el Canciller boliviano de 1910 envió a sus pares de Lima y Santiago, sentó las bases para lo que a partir de entonces sería una política de Estado: “Bolivia no puede vivir aislada del mar: ahora y siempre, en la medida de sus fuerzas, hará cuanto le sea posible por llegar a poseer por lo menos un puerto cómodo sobre el Pacífico; y no podrá resignarse jamás a la inacción cada vez que se agite este asunto de Tacna y Arica que compromete las bases mismas de su existencia”.
Estas declaraciones motivaron nuevas gestiones en diversos ámbitos. La más emblemática de todas fue la emprendida ante la Liga de las Naciones, donde Bolivia acudió en 1920 y 1921, para demandar la revisión del Tratado de 1904. No obstante, la comisión encargada de revisar el caso estableció que tal como había sido presentada la demanda boliviana, resultaba inadmisible porque la revisión de los tratados es competencia exclusiva de las partes contratantes.
Este resultado también generó desazón y se creyó, una vez más, que ya no habrían más posibilidades para el asunto marítimo en el futuro. Pero al poco tiempo se realizaron nuevas gestiones.
Durante los años 20 del siglo pasado, las conversaciones entre Bolivia, Chile y Perú crearon nuevas expectativas, esta vez acerca de que el enclaustramiento boliviano podría ser resuelto junto al asunto de Tacna y Arica que aún permanecía pendiente. Sin embargo, cuando finalmente se alcanzó la solución, en 1929, y se acordó que Chile se quedaría con Arica y devolvería Tacna al Perú, el asunto marítimo no solo fue vilmente marginado, sino que también se le impuso una complicación jurídica más: la necesidad de que chilenos y peruanos alcancen un “acuerdo previo” para ceder a una tercera potencia parte o la totalidad de los territorios de Tacna y Arica, que conforman el espacio territorial por donde más factiblemente podría resolverse el asunto con soberanía.
La frustración que generó este acuerdo en Bolivia fue muy grande y muchos creyeron nuevamente que era el fin del asunto marítimo. Sin embargo, después de algún tiempo, bolivianos y chilenos retomaron las tratativas y suscribieron sendos acuerdos en 1950 y 1975, que lamentablemente tampoco llegaron a buen puerto.
A partir de 1979, al cumplirse 100 años de la invasión chilena al puerto boliviano de Antofagasta, Bolivia cosechó importantes victorias diplomáticas en el ámbito multilateral, especialmente en la OEA y en el Movimiento de Países de No Alineados, donde la causa marítima boliviana recibió el apoyo de cientos de países.
Después de lo que fue el intento del “enfoque fresco” en los años 80, transcurrió un período en el que no se trató el tema públicamente y que concluyó con la adopción de una agenda sin exclusiones a principios del año 2000. Dicha agenda, que llegó a tener más de 30 temas en cierto momento, se condensó en 13 puntos específicos a partir de 2006, cuando los presidentes Bachelet y Morales protagonizaron un inédito acercamiento, que incluyó al tema marítimo y el asunto del Silala.
Luego las cosas cambiaron radicalmente, el Chile de Piñera decidió interrumpir la Agenda de 13 puntos y la Bolivia de Morales recurrió a la Corte Internacional de Justicia (CIJ).
Las esperanzas que albergamos quienes creímos en la demanda sobre la obligación de negociar un acceso soberano al océano Pacífico, como un paso importante en este largo y difícil camino hacia el mar, se convirtieron en el peor agravante de la frustración que luego generó el resultado del proceso.
En efecto, el fallo que la CIJ emitió el 1 de octubre de 2018 desestimó todos y cada uno de los argumentos bolivianos y representó un nuevo golpe para la política de reintegración marítima que seguramente tomará algún tiempo superar. Pero tampoco será el fin, pues aunque como siempre hay quienes vaticinan el fin del asunto ha terminado, si consideramos los antecedentes comentados, es prácticamente un hecho que el tema reflotará en el futuro y lo hará cuantas veces sea necesario, hasta que finalmente alcance una solución definitiva.