domingo, 22 de octubre de 2023

El declive del orden internacional liberal

 Publicado en Péndulo

Los ataques terroristas perpetrados por Hamás en contra de militares y civiles israelís el pasado 7 de octubre, es otro hito más, execrable y sangriento, del interregno que atraviesa el mundo desde hace 15 años, cuando estalló la Crisis Financiera Global de 2008. Interregno que se ha caracterizado por un declive del orden internacional liberal imperante que, a partir de entonces, se ha visto afectado por otros eventos de impacto global, tanto o incluso más graves que el de 2008. Los cuales han confirmado esa incierta y preocupante tendencia mundial que nos está llevando hacia un escenario cada vez más conflictivo, inestable y fragmentado. Nos referimos específicamente a las crisis que han ocasionado la anexión de Crimea por parte de Rusia el 2014, el Brexit de 2016, la Guerra Comercial y Tecnológica entre China y Estados Unidos a partir de 2018, la pandemia del Covid-19 de 2020, la Guerra entre Rusia y Ucrania que comenzó el 2022, y ahora, el resurgimiento del interminable conflicto palestino-israelí.

Tal como señala el reconocido internacionalista José Antonio Sanahuja, usando la nomenclatura de Antonio Gramsci, “La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en ese interregno se verifican los fenómenos mórbidos más variados”. Esta definición de interregno, ideada por Gramsci para explicar el periodo entreguerras mundiales, ha sido rescatada recientemente por Sanahuja para explicar el contexto actual, marcado por “fenómenos mórbidos” tales como: el descontento generalizado, la violencia política, el ascenso de los extremismos nacionalistas, la erosión y fragmentación de los sistemas de partidos dominantes y el frecuente éxito electoral de los outsiders; el agotamiento del modelo postfordista de desarrollo económico debido a su insostenibilidad medioambiental y a la revolución tecnológica (robotización e IA); y finalmente la irrupción de riesgos geopolíticos generados por múltiples conflictos regionales que han derivado en la disrupción y acortamiento de las cadenas de suministro, así como en la disminución de la inversión extranjera directa y el comercio internacional.  

Las similitudes entre el interregno actual y el que transcurrió entre 1919 y 1939 son innegables: una exacerbación de los nacionalismos que ha facilitado el regreso de los populismos autoritarios por la vía democrática, el resurgimiento del proteccionismo comercial y las políticas de contención y coerción por parte de las democracias liberales que aplican sanciones contra sus adversarias que, en la mayoría de los casos, resultan ineficaces y hasta contraproducentes. Sumado a ello, la preparación generalizada para la guerra y la consecuente carrera armamentista financiada, en muchos casos, con la impresión de dinero sin respaldo. Y por si fuera poco, una fuerte crisis económica que ha trascendido en una estanflación global, por la combinación de inflación y bajo crecimiento económico. 

Por otra parte, la reconfiguración geopolítica que provocan todas estas crisis y fenómenos mórbidos, está definiendo, a su vez, una clara división entre dos bloques de poder: el bloque occidental o tradicional, también denominado anglosfera, liderado por Estados Unidos y compuesto por los otros países del G7 más Australia, y el bloque oriental o revisionista, también llamado sinosfera, liderado por China y compuesto por Rusia, Irán, Bielorrusia y las ex repúblicas soviéticas del Asia Central. Esta nueva bipolaridad, ha generado la sensación de otra Guerra Fría que se manifiesta en el desacople económico, comercial, financiero y tecnológico de estos dos bloques y en el fortalecimiento de las redes del globalismo dentro de esos mismos bloques. Pues mientras que los lazos se han roto casi totalmente entre Estados Unidos y Rusia a partir de la "operación militar especial" de Vladimir Putin en Ucrania, los lazos entre Rusia y China se han incrementado y fortalecido, como también lo han hecho los lazos entre Estados Unidos y Europa. Por lo que, es posible afirmar que hay un proceso de desglobalización y desacople entre la anglosfera y la sinosfera, pero al mismo tiempo, un proceso de mayor integración e interdependencia dentro de cada uno de esos bloques de poder. 

Esta realidad se ha profundizado con las sanciones económicas aplicadas por el bloque occidental contra todos esos países que se han posicionado en contra del orden internacional liberal (incluidos Cuba, Nicaragua, Venezuela y afortunadamente aún no Bolivia), y con la mayor cohesión y fortalecimiento de las alianzas militares, como la OTAN y el AUKUS por parte de la anglosfera, y la Organización de Cooperación de Shanghái y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva por parte de la sinosfera. 

Pero si bien hasta aquí hemos definido un escenario eminentemente bipolar, en realidad, el análisis del contexto geopolítico mundial quedaría incompleto si no reconocemos la importancia e influencia de algunos otros países que no son parte de la anglósfera ni de la sinosfera, como la India, Turquía, Indonesia, Arabia Saudita y Brasil, por mencionar los más relevantes, y también el papel de los actores no estatales, pero con gran peso económico y político, como las empresas transnacionales. Entonces si aplicamos la lógica gramsciana del interregno en que "lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer", estaríamos hablando de la muerte de un orden unipolar, el orden internacional liberal dirigido por Estados Unidos, y el nacimiento de un orden multipolar y transnacional, que no se puede entender con las teorías realistas y neorrealistas del equilibrio de poder que contribuyeron a definir y comprender lo que ocurrió desde el Congreso de Viena de 1815 hasta nuestros días, sino que es necesario desarrollar nuevos esquemas teóricos que permitan analizar el comportamiento de los actores del sistema internacional, en un mundo mucho más complejo y voluble. 

De acuerdo a Sanahuja, así como las potencias occidentales no parecen capaces de sostener el orden internacional actual, las potencias revisionistas no tienen tampoco la voluntad ni la capacidad de ofrecer una alternativa. Por lo que aún nos encontramos en la incertidumbre respecto a lo que podría ocurrir y aún es muy temprano como para desarrollar un modelo teórico que nos permita entender lo que podría ocurrir.   

En este contexto, si la guerra entre Israel y Hamás se agrava y extiende en el tiempo, como parece que ocurrirá, lo más probable es que termine involucrando directamente a otras potencias, como Estados Unidos, Irán o Arabia Saudita. Lo que sin duda generará fuertes presiones para que se desate un conflicto mayor, y también distracciones frente a lo que está ocurriendo, por ejemplo, en Europa del este y en el Indo Pacífico, donde también podrían agravarse los conflictos y desencadenarse, finalmente, la tan temida Tercera Guerra Mundial. 

domingo, 1 de octubre de 2023

El enclaustramiento de Ucrania y la crisis alimentaria

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La guerra ruso-ucraniana ha profundizado la crisis económica global que se inició con la pandemia del covid-19, generando la tan indeseada combinación de inflación y bajo crecimiento económico a nivel mundial, lo que también se conoce como estanflación. A este sombrío panorama se suma la crisis alimentaria que está ocasionando dicha guerra, por el encarecimiento de los granos y los fertilizantes que son cada vez más escasos debido a los bloqueos y bombardeos que afectan a sus respectivas cadenas de suministro.

Considerando que Ucrania es uno de los principales productores de cereales a nivel mundial y tomando en cuenta también la dependencia que tienen varios países de los cereales ucranianos, entre ellos países tan pobres y vulnerables a las hambrunas como Somalia, Yemen y Sudán; en julio de 2022, Rusia, Ucrania y Turquía, bajo los auspicios de las Naciones Unidas, acordaron establecer una ruta humanitaria para la salida de los granos ucranianos a través del Mar Negro. Dicho acuerdo, que es el único que los Estados beligerantes han suscrito desde que se inició la guerra, disponía garantizar la exportación de los granos ucranianos a través del Mar Negro y también, facilitar el acceso de los alimentos y fertilizantes rusos a los mercados internacionales.

No obstante, a mediados de julio de 2023, Rusia acusó a sus contrapartes de incumplimiento y decidió retirarse del referido acuerdo, amenazando con atacar a cualquier embarcación que cruce el Mar Negro, sea o no para el transporte de granos. Esta alarmante medida, que se anunció a las pocas horas del segundo ataque ucraniano al puente de Kerch, que une a la península de Crimea con el territorio ruso; pone en peligro la estabilidad de precios de los alimentos a nivel global y lo que es peor, deja sin suficiente abastecimiento a ciertos países africanos que necesitan esos alimentos desesperadamente. 

Pero el alarmante anuncio no solo se quedó en palabras, sino que se complementó con los repetidos bombardeos rusos a los puertos ucranianos de exportación de granos sobre el Mar Negro, principalmente al puerto de Odesa, lo que ha dejado a Ucrania enclaustrada, sin una salida directa y segura a las corrientes marítimas mundiales.

Según el mismo Vladimir Putin, hay algunas restricciones que establecen las sanciones occidentales, impuestas por los países de la OTAN (sin contar a Turquía) a Rusia, que impiden el cumplimiento de lo convenido en el acuerdo de granos. A lo que los gobiernos occidentales han respondido que Putin pretende utilizar el hambre como un arma de guerra.

Se trata pues no sólo de una guerra por el control del territorio ucraniano y de las cadenas de suministro de los alimentos, sino también de una guerra de narrativas, en la que obviamente, nadie quiere quedar como el villano de la película, muy a pesar de que Putin es evidentemente el principal candidato. A sabiendas de esta situación, Putin ha ofrecido enviar alimentos de manera gratuita a seis países africanos con los que tiene muy buenos tratos: Burkina Faso, Zimbabue, Mali, Somalia, Eritrea y República Centroafricana. No obstante, además de dejar a otros países pobres y vulnerables sin abastecimiento, estas controvertidas medidas están afectando seriamente a países como China, que también dependen de los granos ucranianos.

Ciertamente, después de la Unión Europea, China es el principal comprador de los granos ucranianos y toda esta situación ya ha tenido serios efectos en las adquisiciones de alimentos del gigante asiático, que ha tenido que buscar otros proveedores en países no tan amigos como Australia, Canadá y Francia. Entonces, desde el punto de vista de la China, que es el principal socio de Rusia frente al bloque de la OTAN, las decisiones de Putin le afectan en tres sentidos: el tener que depender de países occidentales para el abastecimiento de granos, el no poder abastecer la demanda alimentaria de su gran población en los mismas condiciones que antes de la guerra y también, el ver afectada su influencia en África, donde se sabe que Xi Jinping es el único líder mundial que podría hacer algo para convencer a Putin de que no siga restringiendo el flujo de alimentos.

Ante esta realidad, que le asigna a China un rol fundamental en el devenir de la crisis alimentaria, Rusia deberá sopesar los costos que tiene enclaustrar a Ucrania, tanto para su imagen internacional como para el mantenimiento de su alianza con la China, que es un socio importantísimo para sus pretensiones imperialistas de preminencia geopolítica y geoeconómica en Europa del este y el resto del Sur Global.