Por: Jorge Escobari Cusicanqui
Publicado por la Embajada de Bolivia en Colombia
Extracto de una conferencia pronunciada por el Embajador de Bolivia Jorge Escobari Cusicanqui ante la Sociedad Bolivariana de Colombia el 14 de agosto de 1964.
Publicado por la Embajada de Bolivia en Colombia
La ausencia del mar boliviano, es una sombra en las evocaciones de las glorias del Libertador. Por muy elocuentes que sean los actuales elogios a las aspiraciones del prócer; por muy grandes que aparezcan las ceremonias destinadas a enaltecerlas, existirá siempre algo así como una muda contemplación de su obra lastimada, mientras subsista el enclaustramiento abominable de Bolivia.
Cuando Bolívar fundó Bolivia, le reiteró soberanía sobre el mar que siempre había tenido, y juró defenderla con el sacrificio aún de su propia vida; inmolación a la que estuvo dispuesto con ejemplar nobleza, como si se tratase de la misma tierra colombiana. En carta dirigida por él al General Páez el 26 de septiembre de 1825, le decía: “Ya me tiene usted comprometido a defender a Bolivia hasta la muerte como a una segunda Colombia: de la primera soy padre, de la segunda soy hijo: Así mi derecha estará en las bocas del Orinoco y mi izquierda llegará a las márgenes del Río de la Plata”.
Bolívar, al estimular la independencia de la nueva República desligada de las jurisdicciones coloniales de Lima y Buenos Aires, avaló, por así decirlo, el estatuto territorial que secularmente había conformado la nación boliviana. En las tres etapas fundamentales de su existencia, Bolivia tuvo costas propias en el Pacífico: durante las civilizaciones milenarias de los aymaras y de los quechuas, en el régimen colonial y en el sistema republicano.
El 25 de mayo de 1826, el Libertador decía en discurso al Congreso Constituyente de Bolivia “Vuestra munificencia dedicándome una nación, se ha adelantado a todos mis servicios, y es infinitamente superior a cuantos bienes puedan hacernos los hombres”, y reiterando su reconocimiento porque la nueva República hubiese escogido su nombre, añadía: “Mi desesperación aumenta al contemplar la inmensidad de Vuestro premio, porque después de haber agotado los talentos, las virtudes, el genio mismo del más grande de los héroes, todavía sería yo indigno de merecer el nombre que habéis querido daros, ¡el mío!” “¿Qué quiere decir Bolivia? – exclamaba -. Un amor desenfrenado de libertad, que al recibirla vuestro arrobo, no vio nada que fuera igual a su valor. No hallando vuestra embriaguez una demostración adecuada a la vehemencia de sus sentimientos, arrancó vuestro nombre, y le dio el mío a todas vuestras generaciones”.
Bolívar amó pues entrañablemente a Bolivia a la que consideraba “su hija predilecta” y cuya integridad territorial, en carta dirigida al Gran Mariscal de Ayacucho desde Caracas el 6 de abril de 1827, le recomendaba hacerla respetar: “Junín y Ayacucho – le decía – la engendraron, los libertadores deben mantenerla a costa de sus sacrificios”. Cuando se enteró de que esa integridad territorial había sido amenazada por fuerzas que osaran trasponer la frontera boliviana, en proclama a los pueblos del Sur dirigida desde Bogotá el 3 de junio de 1828, les expresó “Os convido solamente a alarmaros contra esos miserables que ya han violado el suelo de nuestra hija, y que intentan aún profanar el seno de la madre de los héroes. Armaos colombianos del Sur. Volad a las fronteras del Perú y esperad allí la hora de la vindicta. Mi presencia entre vosotros será la señal de combate”. Bolívar estuvo pues dispuesto a ofrendar su propia vida para defender el suelo boliviano. ¡Cuán lejos se hallaba entonces de suponer que transcurridos algo más de cuarenta años, Bolivia sufriría el más atroz cercenamiento de su territorio: el de su litoral sobre el Océano Pacífico! Esta mutilación, promovida en 1879 por Chile, relegó a Bolivia a sus montañas, convirtiéndola en un país esencialmente mediterráneo.
Cuando Bolívar dio su asentimiento para la insurgencia del Estado que llevaría su nombre, se preocupó particularmente no sólo porque fuese mantenido bajo su jurisdicción el litoral sobre el mar que siempre había poseído, sino que dictó medidas adecuadas para habilitarlo debidamente. Así como estuvo dispuesto a mandar los ejércitos de Colombia y a ofrendar su propia vida defendiendo la integridad del territorio de Bolivia, jamás habría consentido que le fuese amputado un órgano imprescindible para su progreso y subsistencia, como es el de su costa sobre el Pacífico. Bolívar, en carta fechada en Lampa el 3 de agosto de 1825, decía al Presidente de la Asamblea General del Alto Perú: “no puedo burlar la confianza de un pueblo generoso, que me cree digno de ella. El Alto Perú debe contar con mi espada y con mi razón, no tengo más que ofrecer…”.