Desde que asumió la presidencia de la Federación Rusa, hace más de dos décadas y hasta hace poco, Vladimir Putin proyectó una imagen de líder implacable y astuto, que logró reposicionar a Rusia en el tablero geopolítico mundial tras la debacle qué había ocasionado la implosión de la Unión Soviética. Reposicionamiento que consiguió en dos tiempos: uno primero, dedicado a preparar a su país para la guerra y a introducirse en el club de los más poderosos, cuando Rusia era parte del G8 y se convirtió en el principal proveedor de gas y petróleo de varios países europeos; y uno segundo, dedicado a transgredir el orden internacional liberal, principalmente mediante la ocupación militar de importantes porciones de Georgia y Ucrania, en 2008 y 2014, respectivamente.
Rusia no es lo que parece
No obstante, con la guerra que él mismo desató en contra de Ucrania a comienzos de 2022, todo eso empezó a cambiar. Lo primero que quedó en evidencia fue que el ejército ruso no había sido el poder devastador e invencible que muchos creíamos que era, sino una fuerza militar de capacidad intermedia, desordenada, mal dirigida y poco profesional. Eso se hizo patente cuando los estrategas rusos tuvieron que declinar sus objetivos iniciales de tomar Kiev y retirarse de más de la mitad del territorio ucraniano que habían logrado ocupar en los primeros días de la guerra.
Todos esos contrastes, además de las decenas de miles de bajas militares y las cuantiosas pérdidas de tanques, aviones, helicópteros, sin contar los efectos socioeconómicos de las sanciones occidentales y otros costos de la guerra, entre los que destaca el empoderamiento, la expansión y la mayor cohesión de sus principales adversarios, agrupados en la OTAN; son los factores que dan cuenta de la magnitud del error cometido por Putin al invadir Ucrania.
Por si fuera poco, ahora asistimos a un nuevo capítulo del debilitamiento de Putin: el motín mercenario del grupo Wagner. Ciertamente, el líder de dicho grupo, Yevgueni Prigozhin, que había criticado duramente a los principales artífices de la invasión y la narrativa que la justifica; al ver que podía perder su poder; porque el Ministerio de Defensa había dictaminado que todos los mercenarios debían enlistarse en el ejército ruso para seguir percibiendo remuneración, decidió cobrar venganza, acusó al ejército ruso de haber atacado un campamento de Wagner y el sábado 24 de junio dirigió a miles de sus mercenarios a ocupar Rostov del Don y marchar hacia Moscú.
Contradicciones
Dicha marcha avanzó casi sin contratiempos hasta llegar a 200 kilómetros de Moscú, en ese transcurso, la incertidumbre y el miedo a una guerra civil se apoderaron de Rusia, y Putin salió ante las cámaras para denunciar traición y asegurar que los renegados serían castigados. No obstante, unas horas más tarde, el portavoz del gobierno anunciaba un acuerdo con los traidores en el que se les perdonaba la rebelión y se les permitía trasladarse a Bielorrusia a cambio de que detengan su marcha, evidenciando la falta de institucionalidad, la debilidad y el escaso valor de la palabra del Presidente, que había asegurado que serían castigados.
Pero eso no fue todo, al día siguiente, entre los muchos trascendidos que protagonizaron los principales artífices de la invasión, con varias imágenes que mostraban a Putin cerca de los generales que Prigozhin había acusado de cobardes, incompetentes y corruptos, los medios rusos informaron que aún seguían abiertos los procesos contra los mercenarios rebeldes, con lo que Putin volvía a incumplir su palabra, mostrando no sólo vacilación, falta de control y debilidad, sino también que no es un interlocutor confiable para negociar el fin de la guerra.