Por: Andrés Guzmán Escobari
En 1870 el Presidente de Bolivia,
Mariano Melgarejo, decidió expulsar al representante del imperio más poderoso
del mundo, el Reino Unido. Lo cual nos costó ser borrados del mapa por la misma
Reina Victoria I quien, al enterarse de la expulsión y del maltrato que recibió
su embajador en nuestro país, sentenció “Bolivia no existe”[1].
En 2008 ocurrió algo muy parecido,
Evo Morales expulsó al Embajador del imperio más poderoso del mundo, Estados
Unidos, pero nunca supimos si el entonces Presidente de ese imperio, George W.
Bush, intentó borrarnos del mapa o si dijo algo respecto a nuestra existencia porque
desde que Morales asumió la presidencia, la política estadounidense hacia
Bolivia ha sido inequívoca, actuar con la máxima indiferencia posible ante lo haga
o deje de hacer el gobierno boliviano.
Pero en lugar de que esa indiferencia
contribuya a calmar los ánimos antimperialistas de nuestros gobernantes y
propicie una etapa de distensión y entendimiento, ha generado una mayor tensión
que se manifiesta en los constantes ataques del Presidente Morales al país del
norte que han llegado a ser proferidos con palabras soeces y descomedidas. Esas
actitudes de descortesía, el uno por indiferente y el otro por irrespetuoso;
han hecho que las relaciones entre los dos gobiernos se encuentren en un muy
mal momento – el peor desde que Washington desconoció al régimen narco-dictatorial
de Luis García Meza (1980 – 1981) –. Lo cual, sumado a que esta situación
significa desaprovechar la posibilidad de hacer importantes negocios para
Bolivia y continuar perdiendo influencia política y económica en la región para
los Estados Unidos; hace que sea no sólo necesario, sino urgente que las
autoridades de ambos países se esfuercen por recomponer sus vínculos político –
diplomáticos.
Esa menor influencia
estadounidense en la región quizás no se perciba tan notoriamente en Washington,
sin embargo, aquí en Latinoamérica, al menos en 5 países, sentimos en el día a
día que la posición de la Casa Blanca ya no está presente en las decisiones
políticas de nuestros gobiernos y, en ese punto, debemos reconocer el éxito de
la diplomacia promovida desde Cuba hace más de 50 años. No obstante, en el caso
de Bolivia, no compartimos que esa política se base en anteponer nuestra dignidad
por sobre cualquier otra consideración, incluso por sobre nuestros intereses
nacionales. La historia nos enseña que la ideologización de la política
exterior es contraproducente. Necesitamos exportar productos con valor agregado
con urgencia para desarrollar la industria nacional y diversificar nuestra oferta
exportable y no podemos, por tanto, darnos el lujo de perder el acceso a un
mercado de más 300 millones de habitantes con un ingreso per cápita de casi 45
mil dólares al año, tal como está ocurriendo actualmente con la suspensión del ATPDA,
que fue dictaminada a partir de 2008 por el Parlamento estadounidense.
En este contexto, las elecciones
presidenciales de Estados Unidos podrían servir para recomponer las relaciones
entre ambos países, sea a través de una reinvención del trato bilateral con la
administración de Barack Obama o sea mediante un borrón y cuenta nueva con el posible
gobierno de Mitt Romney. No obstante, por los antecedentes antimperialistas de
nuestras autoridades y por la costumbre que tiene el imperio de actuar impasiblemente
ante los gobiernos contrarios a su política internacional; parece imposible que
mejoren los vínculos entre ambos gobiernos en los próximos cuatro años.
Hay varios problemas que los
gobiernos de los dos países deben resolver para normalizar sus relaciones a
nivel de Embajadores, y si bien se ha suscrito un Acuerdo Marco que contiene los
lineamientos para alcanzar ese objetivo, no hubo ningún avance significativo y
eso, pese a que dicho acuerdo se encuentra plenamente vigente porque ya fue
aprobado por la Asamblea Legislativa de Bolivia y porque, al ser vinculante, no
necesita ser ratificado por el Parlamento de los Estados Unidos.
Para lograr la correcta ejecución
de dicho acuerdo, es necesario que la próxima gestión gubernamental de Washington
defina claramente el papel de USAID en territorio boliviano, que ha sido acusada
de conspirar contra el Estado Plurinacional; que sepa aplicar las acciones de “responsabilidad
compartida” con la administración de Evo Morales en la lucha contra el
narcotráfico que, según sus propios parámetros, ha sido “un fracaso
demostrable” en el último tiempo; y sobre todo, que dé curso a la extradición de
Gonzalo Sánchez de Lozada. Sobre este último punto, si bien es cierto que las
autoridades bolivianas no cumplieron con todos los requisitos que exige el
Tratado de Extradición entre ambos países para que Sánchez de Lozada sea
extraditado, como el de verificar que los delitos por los cuales ha sido
imputado se encuentren tipificados en la legislación estadounidense; el gobierno
de la Casa Blanca tampoco demostró ninguna voluntad por proceder a la
extradición, a pesar de que en el seno de la OEA rechazó enfáticamente el asilo
político otorgado por Ecuador a Julian Assange quien, valga recordad, es acusado
de violación, coerción y acoso sexual, pero no de genocidio.
Por todo esto, y porque en la campaña
electoral de Estados Unidos se ha visto que los intereses y preocupaciones de
ese país se encuentran en el Medio y Lejano Oriente, no vemos con mucho optimismo
lo que pueda acontecer con Bolivia en los próximos años. Aun así, esperamos un
cambio de actitud de parte de ambos gobiernos que permita desarrollar una
relación normal en términos políticos y diplomáticos, el uno porque debe dejar
su actitud de indiferencia hacia el otro que llega a ser hasta maleducada y el
otro porque debe actuar con respeto si quiere ser respetado y principalmente, porque
debe priorizar los intereses nacionales de la patria por sobre cualquier otra consideración.