Uno de los principales argumentos que Trump utilizó durante la campaña electoral fue precisamente que Putin es mejor lider que Obama.
Por: Andrés Guzmán Escobari
La intrincada relación que mantuvieron los Presidentes Barak
Obama de Estados Unidos y Vladimir Putin de Rusia, está a punto de llegar a su
fin de la peor manera imaginable, con un distanciamiento político-diplomático casi
absoluto, con fuertes sanciones impuestas por Washington a la Federación Rusa y
con una disputa casi inevitable entre ambos mandatarios por el liderazgo
mundial, que el ruso supo capitalizar a su favor, gracias a su astucia política
y mayor experiencia en el contexto internacional.
En efecto, en estos últimos 8
años el mandatario estadounidense, a pesar de sus buenas intenciones, no hizo
más que permitir el expansionismo y repotenciamiento del mayor adversario que
históricamente ha tenido su país.
No obstante, toda esta situación no parece preocupar al Presidente
electo, Donald Trump, que ya adelantó que pretende cambiar el enfoque de las
relaciones ruso-estadounidenses, llevándose bien con Putin, a quien considera mejor
líder que Obama.
Pero para comprender qué es lo que se avecina y qué está en
juego, es necesario conocer qué es lo que ha pasado en el último tiempo entre las
dos mayores potencias nucleares del planeta.
Todo comenzó en enero de 2009, cuando Obama asumió la
presidencia de EEUU y Putin ocupaba el cargo de Primer Ministro (2008 – 2012),
después de haber sido Presidente de Rusia de 1999 a 2008. En esos momentos, las
tensiones entre ambos países se enfocaban principalmente en dos puntos: 1) el rechazo
de Washington al reconocimiento que había hecho Moscú a la independencia de
Osetia del sur y Abjasia, que hasta ese entonces se consideraban como parte de
Georgia; y 2) el repudio de Rusia al establecimiento de un impresionante sistema
de misiles y radares estadounidense (EIS), en Polonia y República Checa, que
supuestamente estaba pensado para evitar un ataque de Irán a Europa.
Las tensiones que esos dos conflictos provocaron se fueron
disipando tras la decisión de Obama de no intervenir militarmente en Osetia del
Sur y Abjasia, como su antecesor lo había hecho en Irak y Afganistán, dejando
que Rusia controle la estratégica zona del Cáucaso; y después de que el mismo
Obama ordenó cancelar el proyecto de misiles y radares EIS, para reemplazarlo por
otro menos ambicioso.
Para complementar esas acciones, que fueron duramente
criticadas en el mundo occidental, Obama buscó un acercamiento con el Kremlin mediante
lo que se conoció como el intento por “reiniciar” (reset) las relaciones ruso-estadounidenses. En efecto, en marzo de
2009, en una reunión de la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, y el Ministro
de exteriores, Serguéi Lavrov; la estadounidense le entregó al ruso un botón
rojo con una inscripción que decía “reset”
(reiniciar) y con la traducción al ruso en alfabeto romano del término “перегрузка”,
que no significa “reiniciar” sino “sobrecargado”… El pequeño gran error, que
fue tomado con humor por Lavrov en ese momento, marcó el inicio de ese fallido intento
de aproximación que luego sería descartado, cuando Rusia decidió intervenir
militarmente en Ucrania y Siria.
Efectivamente, en marzo de 2014, aprovechando la incertidumbre
que había generado la revolución ucraniana, Putin dispuso anexionar la
península de Crimea a Rusia, lo que representó la primera alteración del mapa
político de Europa después de la Segunda Guerra Mundial. Ante esa situación,
Obama, tras un fallido intento por convencer a Putin de que retroceda, impuso fuertes
sanciones a Rusia e impulsó, junto a las potencias europeas del G7 (G8 menos
Rusia), la aplicación de más sanciones al gigante euroasiático. Empero, Putin,
en lugar de recular, decidió apoyar las protestas prorusas en el este de
Ucrania, donde estalló una guerra civil entre los rebeldes separatistas prorusos
y las fuerzas militares ucranianas, que aún está en curso.
Por otra parte, en marzo de 2013, después de que el gobierno
sirio de Bashar al-Ásad cruzó la línea roja que el Presidente estadounidense
había trazado en 2012, de no usar armas químicas, el mismo Obama desistió de enviar
tropas a Siria, en una medida muy criticada porque privilegiaba los tratos que
en esos momentos Washington mantenía con Irán. Con ese antecedente, que había
significado un triunfo diplomático para Moscú y Damasco, Putin decidió enviar a
sus cazabombarderos a la zona de guerra, en septiembre de 2015, para combatir a
los terroristas y apoyar al régimen de al-Ásad que estaba a punto de ser
derrotado. Dicho despliegue, que fue la primera vez que las fuerzas rusas cruzaron
lo que fue “la cortina de hierro” durante la Guerra Fría (1945 – 1989);
contribuyó a prolongar el conflicto, pues gracias al apoyo ruso, las fuerzas de
al-Ásad lograron recuperar ciertas áreas que habían perdido en favor de los
rebeldes y terroristas.
Todas esas maniobras de geopolítica, en las que Putin hizo
gala de sus habilidades estratégicas y de su experiencia político-diplomática, acumulada
después de haber tratado con los presidentes Bill Clinton y George W. Bush,
dejaron la sensación de que Rusia había vuelto a ser una superpotencia y que
Obama lo había permitido. De hecho, uno de los principales argumentos que Trump
utilizó durante la campaña electoral, fue precisamente que Putin es mejor líder
que Obama.
En esas circunstancias, y aun sin tener pruebas, varios
miembros del partido demócrata, incluida la candidata Hillary Clinton y el
mismo Obama, acusaron a Rusia de haber hackeado las cuentas de correo
electrónico de varios demócratas, con el fin de filtrar la información y favorecer
a Trump en las elecciones. En la misma línea, en octubre de 2016, y también sin
presentar evidencias, la CIA publicó un informe que corroboraba las acusaciones
de los demócratas. Por lo cual, la Casa Blanca anunció medidas drásticas contra
Moscú, que llegaron recién a finales de diciembre, cuando Obama decretó la
expulsión de 35 diplomáticos rusos y el cierre de dos establecimientos que
habían sido utilizados supuestamente para operaciones de ciberespionaje.
Ante esa medida, que mostraba la gran molestia del gobierno
de Obama con Rusia, y que al mismo tiempo parecía estar dirigida a evitar cualquier
entendimiento entre Putin y Trump, el Presidente ruso decidió no responder en
reciprocidad, como se suele hacer en estos casos, y advirtió que su país no está
dispuesto a practicar “una diplomacia de cocina, irresponsable”. Con lo cual,
una vez más, Putin dejó muy mal parado a Obama y abrió las puertas para
desarrollar una relación de cooperación y entendimiento con Trump, el nuevo encargado
de contener a Rusia.