Ante el innegable fracaso de la estrategia boliviana en la CIJ, el autor propone un nuevo enfoque desde la teoría neorrealista de las relaciones internacionales.
Por: Andrés Guzmán Escobari
Desde que Bolivia perdió su litoral en 1879, nuestros sucesivos gobernantes intentaron recuperar una salida soberana al mar o al menos un puerto cómodo sobre el Pacífico con diversas estrategias y en diferentes ámbitos. La última de ellas fue la de solicitar a la Corte Internacional de Justicia que falle y declare que Chile tiene la obligación de negociar con nuestro país un acceso soberano al océano Pacífico.
A pesar de lo audaz e insólito de la estrategia, la mayoría de los bolivianos la respaldamos porque no parecía tan insensato ni desmesurado pedir que Chile cumpla sus ofrecimientos formales de negociar este tema. No obstante, al final del proceso, la Corte concluyó que Chile no había contraído la referida obligación con base en los argumentos presentados por Bolivia.
Ante el innegable fracaso, que nos obliga a replantear nuestra política de reintegración marítima, a continuación intentaré esbozar lo que podría ser un nuevo enfoque desde la teoría neorrealista de las relaciones internacionales.
Primero, sobre las voces que después del fallo empezaron a proponer que nos olvidemos del mar, bajo el argumento de que se trata de una obsesión brutal que se ha construido en el imaginario nacional mediante una educación nacionalista y patriotera, que estaría buscando “la reparación por la violencia”; es necesario señalar que esa no fue la esencia de lo que Bolivia planteó desde finales del siglo XIX para recuperar su cualidad marítima.
Las negociaciones y declaraciones de 1895, 1910, 1920, 1923, 1926, 1950, 1961, 1975, 1983, 1987, 2000 y 2010 fueron todas resultado de gestiones diplomáticas emprendidas sin la menor intención de recurrir a la violencia.
Tampoco es justo atribuirle un origen ilegítimo o espurio a la causa marítima ni un aporte tendencioso a la construcción del imaginario nacional, toda vez que el tema sigue vigente porque Chile y ciertos organismos internacionales le reconocieron validez en numerosas ocasiones y porque, tal como lo advirtieron algunos de los principales conocedores del tema en el vecino país, como el extinto dictador Augusto Pinochet, “la aspiración de poseer una salida al mar es común a todos los Estados que se encuentren privados de este contacto; la atracción es enorme. Es una fuerza geopolítica que opera siempre que se le presente la ocasión y que ningún tratado logra extinguir”.
Se trata, por tanto, de un problema real, absolutamente comprensible desde el punto de vista realista, que no puede compararse con la situación de países europeos sin litoral que viven una realidad totalmente distinta porque tienen acceso expedito a los océanos por vías fluviales y terrestres o porque nunca tuvieron mar.
Asimismo, no podemos menospreciar las implicancias económicas del enclaustramiento, tachándolas de mito solo porque no sentimos sus efectos en el día a día. Existen estudios serios que indican que los países en vías de desarrollo sin litoral crecen entre 1,2% y 1,5% menos que los países costeros (Gallup, Sachs &Mellinger 1999 y MacKellar, Woergoetter&Woerz 2000).
En otras palabras, si bien el enclaustramiento no es la principal causa del subdesarrollo boliviano, sí es un factor que afecta al crecimiento económico.
Lo que debemos cambiar y en esto sí coincido con quienes proponen olvidarse del mar, está el victimismo exagerado que ha envuelto al tema históricamente, la instrumentalización política que se ha intensificado peligrosamente en el último tiempo y la innecesaria agresividad con la que nuestros gobernantes se han dirigido a las autoridades chilenas, que son finalmente a quienes debemos convencer para llegar a buen puerto.
Al respecto, tenemos que asumir el hecho de que la solución depende de la buena voluntad de los chilenos y eventualmente también de los peruanos, conforme al Protocolo Complementario peruano-chileno de 1929. Por lo cual, aunque parezca una obviedad, debemos tratar de llevarnos bien con ambos.
Entonces, dejando de lado la parte emocional que no es relevante para el neorrealismo, lo que corresponde es seguir adelante y no renunciar. De hecho, no tendría ningún sentido claudicar ahora, después 140 años, cuando todavía existen fórmulas de solución que no se han explorado.
Me refiero a la posibilidad de exigir a Chile el otorgamiento de un muelle en el puerto de Arica, como el que tiene Perú en esa misma terminal portuaria, en aplicación del artículo 8 del Tratado de 1904 que a la letra señala: “Los favores, exenciones y privilegios que cualquiera de las dos partes otorgare a una tercera podrán ser exigidos en igualdad de condiciones por la otra”.
De manera complementaria o supletoria, en caso de que la primera posibilidad no fuera posible, se podría solicitar la entrega de un puerto sin soberanía para la administración y operación exclusiva del Estado boliviano. Esto con el fin de dar cumplimiento cabal al Tratado de 1904 y sus acuerdos complementarios que no se han respetado en territorio y puertos chilenos en ciertos aspectos, como garantizar el libre tránsito de Bolivia a perpetuidad, para todo tipo de mercancías y sin interferencia alguna de empresas y/o autoridades chilenas, tal como dicen los acuerdos.
Dado que nuestra contraparte no ha dado cumplimiento cabal a estas obligaciones y que ha quedado claro que tampoco lo hará si se mantienen las cosas como están (Chile en posesión de toda la costa del Pacífico sur hasta el paralelo 18° y con todos sus puertos en manos privadas), lo más lógico sería que Bolivia opere y administre un puerto, tal como se conversó en 1975, entre el canciller chileno Patricio Carvajal y el embajador boliviano Guillermo Gutiérrez; y más recientemente en 2011, entre los enviados especiales Walker San Miguel de Bolivia y Jorge Bunster de Chile.
Se trata de un arreglo que no implicaría cesión de soberanía y quizás por eso no daría fin definitivo al asunto, pero al menos representaría un primer gran paso hacia el entendimiento y un beneficio concreto para el comercio marítimo boliviano, que se mantiene prácticamente en las mismas condiciones desde 1904.
En ese sentido, considerando la coyuntura post Haya, que nos exige hacer cambios importantes, también podríamos modificar la vieja consigna de condicionar el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Chile a la devolución de un acceso soberano al mar, y pasar a condicionar dicho restablecimiento a la concesión de un puerto para Bolivia.
Sin embargo, para que todo esto pueda prosperar, es necesario que nuestro Gobierno no genere rechazo en el pueblo chileno y pueda presentarse como un interlocutor válido en términos de respeto al orden democrático y constitucional.