Esa dependencia comercial que China ha logrado imponerle al mundo no es de una sola vía, es de hecho una interdependencia.
Por: Andrés Guzmán Escobari
Publicado en Página Siete
La pandemia del Covid-19 marcará un antes y un después en muchos ámbitos de nuestras vidas. En las relaciones internacionales y en el ordenamiento global ocurrirán algunos cambios que podrían abrir una nueva etapa de la historia mundial.
Publicado en Página Siete
La pandemia del Covid-19 marcará un antes y un después en muchos ámbitos de nuestras vidas. En las relaciones internacionales y en el ordenamiento global ocurrirán algunos cambios que podrían abrir una nueva etapa de la historia mundial.
Ciertamente, desde la perspectiva geopolítica, la relación de fuerzas entre las grandes potencias podría verse afectada, pero no porque Estados Unidos vaya a perder su sitial de primera potencia mundial en términos económicos, militares y tecnológicos, sino porque China, su más cercano competidor, estará más cerca que nunca de igualarlo.
En otras palabras, la brecha que existe actualmente entre Estados Unidos y China se acortará significativamente, sin que llegue a cerrarse por completo, al menos en unos buenos años, más no tanto por el crecimiento económico chino, que ha sido notable en las últimas dos décadas, pero que ahora se ralentizará junto al crecimiento económico mundial; sino principalmente por las dificultades que atravesará Estados Unidos en los años venideros, tanto en lo económico, como en lo que supone mantener su liderazgo global, construido a partir de 1945, sobre la base del multilateralismo y la globalización, que increíblemente, el presidente Donald Trump ha estado socavando, en nombre de su contraproducente política “Americafirst”.
Estas proyecciones confirman lo que ya se venía venir hace varios años, pero de una forma más acelerada. Tal como escribió el presidente del Council on ForeignRelations (CFR), Richard Haass, “el Covid-19 no cambiará tanto la dirección de la historia mundial, sino que la acelerará”.
De hecho, sabemos que China ha estado acrecentando su poderío económico mediante una agresiva estrategia de exportaciones de todo tipo de manufacturas que le ha permitido desplegar una extensa red de intercambios comerciales por todo el mundo y desarrollar con varios países, no sólo una relación prolongada de beneficio económico propio, sino también una relación de dependencia comercial.
En efecto, las enormes ventas de barbijos que han realizado recientemente las fábricas del gigante asiático a los desesperados compradores occidentales, que además han demostrado, entre otras cosas, no tener la capacidad para producir a gran escala un artículo tan simple como un barbijo, son una clara y reciente muestra de esa dependencia comercial que actualmente existe y que será muy difícil de abandonar.
Las economías de escala y el mantenimiento de un tipo de cambio forzadamente devaluado, que desde hace varios años ha generado el rechazo y, en algunos casos, la retaliación de otros países industrializados, les permite mantener a los fabricantes chinos los precios más competitivos del mercado global. Sumado a ello, los impresionantes créditos que China ha otorgado a varios países en desarrollo y también a ciertos países desarrollados, principalmente para infraestructuray extracción de materias primas, ha generado otro tipo de dependencia entre esos países y China, que, a través de sus bancos estatales, se ha convertido en el principal acreedor del mundo, muy por encima del FMI y el Banco Mundial.
Pero esa dependencia que China ha logrado imponerle al mundo no es de una sola vía, es de hecho una interdependencia, porque como se trata de relaciones comerciales y financieras, China también depende de la buena voluntad de sus contrapartes para que las cosas funcionen y pueda mantener esos índices de crecimiento económico de dos dígitos porcentuales al año, que alcanzó en varias gestiones durante las últimas dos décadas.
Por esos motivos y porque a China le hace falta el prestigio internacional que debe tener toda gran potencia para liderar el mundo (softpower), como el que tenía por ejemplo Estados Unidos al finalizar la Segunda Guerra Mundial, cuando era considerado el adalid de la democracia y la libertad; no veremos un intercambio de roles ni de posiciones, pero sí una disputa más equilibrada y más enconada, en un escenario casi multipolar y totalmente interdependiente.