viernes, 5 de noviembre de 2021

Bolivia no es parte de la Declaración sobre deforestación de Glasgow


Por: Andrés Guzmán Escobari

Publicado en Página Siete

La Amazonía boliviana constituye uno de los patrimonios naturales más valiosos del planeta: concentra una de las mayores biodiversidades del mundo, regula el clima global y sustenta la vida de cientos de comunidades indígenas y locales. Sin embargo, enfrenta presiones crecientes por la expansión agrícola, la ganadería extensiva, los incendios forestales y los efectos del cambio climático. A esto se suman políticas estatales que han incentivado el uso de fuego como herramienta de habilitación de tierras, aumentando el riesgo y la frecuencia de grandes incendios. En este contexto, la decisión de Bolivia de no adherirse a la Declaración de Glasgow sobre los Bosques y el Uso de la Tierra, adoptada durante la COP26, resulta especialmente preocupante, pues se ha pasado de tener un discurso y una política medioambiental activa y coherente, a una política que sólo muestra contradicciones y un retorica ambigua.

Mientras el Estado Plurinacional se presenta en foros internacionales como defensor de la Madre Tierra, su negativa a sumarse a un acuerdo global para frenar y revertir la deforestación lo ubica junto a un reducido bloque de gobiernos (Argentina, Nicaragua, Cuba y Venezuela, sólo por citar a los latinoamericanos) que priorizaron razones políticas e ideológicas por encima de la urgencia ambiental. Este contraste es una evidencia de la incoherencia y el prevalecimiento de intereses sectarios sobre los intereses nacionales.

Esto se hace aún más preocupantes si tenemos en cuenta que la Amazonía boliviana abarca más de 30 millones de hectáreas y es hogar de una de las mayores concentraciones de biodiversidad del mundo. Sus bosques son fundamentales para la regulación del clima, la provisión de agua y la conservación de suelos. Además, constituyen el sustento cultural, económico y espiritual de pueblos indígenas y comunidades locales que han desarrollado un conocimiento profundo sobre la gestión de los ecosistemas.

En el plano normativo, Bolivia ha sido pionera en reconocer a la naturaleza como sujeto de derechos a través de la Ley N.º 71 (Derechos de la Madre Tierra) y la Ley N.º 300 (Ley de la Madre Tierra y Desarrollo Integral para el Vivir Bien). Asimismo, la Constitución de 2009 consagra la protección ambiental como principio rector. Sin embargo, la implementación de estas normas enfrenta limitaciones debido a la débil institucionalidad, la falta de coordinación intersectorial y las presiones del modelo económico extractivista.

La Declaración de Glasgow sobre los Bosques y el Uso de la Tierra, firmada en la COP26 por más de 140 países, plantea detener y revertir la deforestación para 2030, movilizando financiamiento internacional y mecanismos de cooperación. La negativa de Bolivia a sumarse, revela una preferencia por mantener una postura crítica frente a compromisos globales, priorizando la soberanía nacional sobre recursos naturales y la afinidad política con gobiernos afines, incluso a costa de empañar todo lo avanzado en esta materia.

La incoherencia entre el discurso ambientalista y las decisiones políticas refleja problemas estructurales en la gobernanza. A pesar de contar con un marco normativo progresista, Bolivia enfrenta dificultades en la aplicación efectiva de políticas de conservación. La expansión agropecuaria, la falta de incentivos para la producción sostenible y las políticas estatales que autorizan el uso de quemas controladas, Esto último ha derivado en incendios de gran escala y pérdida de biodiversidad.

La no adhesión a Glasgow limita además el acceso a recursos financieros internacionales clave para frenar estas tendencias y le restan recursos al estado que podría destinarse a programas de desarrollo.

La decisión boliviana no puede entenderse de manera aislada. Forma parte de un bloque político ideológico que cuestiona los marcos ambientales multilaterales y que prioriza la soberanía estatal frente a los compromisos internacionales. Esto afecta la cooperación amazónica regional, dificultando iniciativas conjuntas para la conservación y debilitando la capacidad de la región de responder de manera articulada a la crisis climática.

El futuro de la Amazonía boliviana dependerá de la capacidad del Estado para implementar medidas coherentes que integren conservación y desarrollo sostenible. Esto implica fortalecer la gobernanza institucional, apoyar las iniciativas de los pueblos indígenas y comunidades locales, promover cadenas de valor sostenibles, y acceder a mecanismos financieros innovadores como los bonos de carbono y los pagos por servicios ambientales. Asimismo, Bolivia debe recuperar un papel activo en la diplomacia ambiental, articulando su liderazgo internacional con compromisos concretos.

En definitiva, la Amazonía boliviana enfrenta un punto de inflexión. La retórica de defensa de la Madre Tierra contrasta con la ausencia de acciones firmes frente a la deforestación. No adherirse a la Declaración de Glasgow fue una oportunidad perdida que debilita la imagen internacional del país. Sin embargo, aún es posible reorientar la política hacia un modelo más coherente, capaz de integrar conservación, desarrollo y justicia climática. El desafío es pasar del discurso a la implementación real, reconociendo que el futuro de la Amazonía es también el futuro de Bolivia.

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