martes, 16 de septiembre de 2025

De auquénidos metamorfoseados a tontorrones: los insultos que llegan desde Chile

No es la primera vez que desde Chile se lanzan este tipo de insultos. En 1993, el almirante José Toribio Merino, uno de los hombres fuertes de la dictadura, calificó a los bolivianos como “auquénidos metamorfoseados que habían aprendido a hablar, pero no a pensar”.


Por: Andrés Guzmán Escobari

Publicado en Brújula Digital 

Las declaraciones de la diputada chilena María Luisa Cordero sobre los bolivianos no pueden ser vistas como una anécdota más de una relación conflictiva, ni como un exabrupto sin consecuencias en los vínculos de dos países vecinos. 

Al sugerir que los bolivianos nacemos con menor capacidad cerebral por la falta de oxígeno en el altiplano –citando como “evidencia” a un grupo de norteamericanos que de paso por Bolivia habrían notado la bradipsiquia– no solo incurre en un error grotesco y carente de sustento científico, sino que también confirma la persistencia de un desprecio hacia la nación andina, amazónica y platense, con raíces profundas y efectos inevitables en la relación bilateral.

Lo más preocupante es que, hasta ahora, la diputada no ha reconocido su exceso ni ha pedido disculpas. Esa falta de autocrítica e hidalguía refuerza la impresión de que sus palabras no fueron un lapsus, sino una expresión deliberada de arrogancia destinada a herir los sentimientos de quienes viven en altura y a inflamar el orgullo chovinista de quienes se sienten superiores por vivir al nivel del mar. 

Y no es la primera vez que desde Chile se lanzan este tipo de insultos. En 1993, el almirante José Toribio Merino, uno de los hombres fuertes de la dictadura, calificó a los bolivianos como “auquénidos metamorfoseados que habían aprendido a hablar, pero no a pensar”, atribuyendo esa idea a “un famoso geopolítico alemán” que habría vivido en Sudamérica en la década de 1920. Igual que Cordero, Merino intentó revestir de ciencia lo que en realidad no era más que racismo y xenofobia.

De ese modo, los bolivianos hemos pasado de ser calificados como “auquénidos metamorfoseados” a “tontorrones, portadores crónicos, desde el nacimiento, de una encefalopatía hipóxica”. Las palabras de Cordero evocan inevitablemente las de Merino: ambas son despectivas, discriminatorias e indignas de representantes del Estado, y ambas carecen de la menor base científica.

Chile, en varias oportunidades, ha manifestado su voluntad de restablecer relaciones diplomáticas con Bolivia. En 2004, el presidente Ricardo Lagos lo expresó claramente en la Cumbre de Monterrey y, más recientemente, Gabriel Boric señaló que es una vergüenza que, a estas alturas, ambos países sigan sin relaciones diplomáticas. Sin embargo, en este episodio Boric prefirió guardar silencio frente a las ofensas de Cordero; a diferencia de su par boliviano, Luis Arce, que condenó de inmediato y con firmeza dichas declaraciones. 

Esa asimetría de pronunciamientos al más alto nivel también es una señal diplomática que no contribuye a generar confianza.

Con este tipo de expresiones, que no han merecido rectificación ni disculpa por parte de sus autores, resulta difícil pensar en un restablecimiento serio de las relaciones diplomáticas. Porque más allá de los temas pendientes y de los problemas fronterizos, que urge resolver –como el robo de vehículos en Chile, la migración o el contrabando que ingresa a Bolivia desde el puerto de Iquique–, lo que verdaderamente impide avanzar es la persistencia de una mirada por sobre el hombro a Bolivia que alimenta prejuicios y bloquea la construcción de confianza.

A diferencia de los exabruptos de Merino y Cordero, el aire de superioridad chileno ha sido estudiado por reconocidos investigadores. Mi libro Al otro lado de la cordillera. El rol de las narrativas maestras de Bolivia y Chile en la formación de sus identidades nacionales (2020) contiene un análisis sustentado en la opinión de algunos expertos sobre cómo esa mentalidad chilena se ha sostenido y reproducido en el tiempo. La historiadora peruana Carmen McEvoy (2011) demostró que, durante la Guerra del Pacífico, Chile construyó la idea de una “guerra civilizadora”, presentándose como una nación superior en lo militar, lo racial y lo cultural, destinada a “civilizar” a los pueblos “bárbaros” de Bolivia y Perú. El historiador chileno Rodrigo Naranjo (2011), en la misma línea, analizó cómo la narrativa oficial exaltó “la gesta del roto” y “la superioridad de la raza” como justificación de la guerra, mientras que el profesor neerlandés Gerald Van Der Ree (2010) identificó en tiempos más recientes una “identidad neoliberal, conservadora y legalista” que alimenta la autoimagen de Chile como país modelo –“un jaguar”– frente a unos vecinos atrasados y problemáticos.

Ese trasfondo histórico y cultural explica por qué expresiones como las de Merino y Cordero no son simples salidas de tono, sino ecos de un imaginario mucho más amplio y arraigado. Un discurso que se retroalimenta con relatos épicos de una historia narrada a conveniencia, que pinta a Chile como un país muy superior a Bolivia en lo económico, lo militar y lo racial, aunque ya no en lo futbolístico. 

Mientras esa mentalidad persista, y mientras los insultos al pueblo boliviano no sean reconocidos ni retirados, será difícil imaginar que Chile y Bolivia puedan construir relaciones diplomáticas basadas en el respeto, la igualdad y la transformación constructiva de sus conflictos.

martes, 9 de septiembre de 2025

El nuevo orden mundial en cuatro fotos

Occidente pierde centralidad, mientras Eurasia gana protagonismo con un bloque cada vez más cohesionado. El Sur Global se convierte en terreno de disputa, pero también en posible beneficiario del reacomodo.

Por: Andrés Guzmán Escobari

Publicado en Brújula Digital

El orden internacional vive un momento de transición o interregno (Sanahuja): una etapa marcada por el desgaste del liderazgo occidental y el ascenso de un bloque euroasiático con ambiciones globales. La teoría de la interdependencia compleja, desarrollada por Keohane y Nye, que sostenía que los lazos económicos reducen la probabilidad de conflicto, ha quedado en entredicho. 

Estados Unidos y China, pese a su profunda interdependencia comercial, financiera y tecnológica, no han reducido tensiones: las han multiplicado. El realismo estructural vuelve a imponerse sobre el idealismo institucional y sus lógicas de interdependencia.

Entender lo que está pasando es indispensable para que los países del Sur Global, incluidos los latinoamericanos, adopten políticas consecuentes e inteligentes. 

Cuatro fotos recientes ayudan a leer este momento histórico: (1) el encuentro de Trump y Putin en Alaska, (2) la escena de Trump y los líderes europeos en la Casa Blanca, (3) el apretón de manos tripartito entre Xi, Putin y Modi en la cumbre de la OCS en Taijín y (4) el desfile militar en Beijing por el 80 aniversario de la victoria de la República de China sobre Japón.

Foto 1: Trump y Putin en Alaska

La reunión entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska significó un acercamiento inédito después del aislamiento impuesto a Rusia por Occidente a causa de la invasión a Ucrania en 2022. En esa ocasión, los mandatarios conversaron sobre la guerra en Ucrania, el Ártico y posiblemente la definición de zonas de influencia.

Aunque esto último no ha sido confirmado, poco después, Trump envió buques de guerra a las costas venezolanas, lo que sorpresivamente solo mereció un tímido pronunciamiento de parte de Moscú y también de Pekín, que repudiaron el despliegue militar. Esta situación refuerza la idea de un entendimiento tácito: Estados Unidos se reserva todo el continente americano –incluyendo Groenlandia– y Rusia consolida su control sobre Ucrania y el resto de Europa. Esta lógica de esferas de influencia, propia de la Guerra Fría, parece estar viva en pleno siglo XXI.

Foto 2: Europa frente a Trump en Washington

La imagen de Trump en la Casa Blanca, sentado tras su escritorio, con los líderes europeos frente a él, como si se tratase del director de la escuela reprendido a los alumnos indisciplinados, habla por sí sola. Europa aparece subordinada, forzada a sostener la guerra en Ucrania mientras Estados Unidos convierte el conflicto en un gran negocio de armas y gas licuado.

La foto retrata no solo la asimetría trasatlántica, sino la urgente necesidad de autonomía que tiene Europa respecto a Washington, algo que no se había evidenciado antes de Trump. La dependencia energética, militar y diplomática ha dejado al Viejo Continente en una posición de seguidismo que la desplaza de posición geopolítica tradicional, de tener al menos algo que decir cuando el mundo se rearticula.

Foto 3: Xi, Putin y Modi en Taijín

En la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, Xi Jinping, Vladimir Putin y Narendra Modi se dieron un apretón de manos cargado de simbolismo. Xi presentó su visión de un nuevo orden basado en soberanía, cooperación, un banco de desarrollo y la defensa del multilateralismo de la ONU. El mensaje fue nítido: mantener Naciones Unidas, pero desmantelar Bretton Woods, el andamiaje financiero que desde 1945 sostiene la hegemonía occidental.

China se muestra como un socio predecible y confiable para el Sur Global: un poder económico y militar que, además, ofrece un modelo alternativo de desarrollo –capitalista, no democrático, pero eficaz en términos de crecimiento e industrialización–.

La presencia de Modi también fue significativa. Difícilmente habría posado tan cercano a Xi y Putin sin los aranceles del 50% que Trump impuso a la India. Fue una señal hacia Washington: Nueva Delhi no depende exclusivamente de la anglosfera y puede estrechar lazos con la sinosfera, que es donde pertenece geográficamente.

Aun así, en un terreno decisivo del orden financiero mundial, Estados Unidos conserva la ventaja incuestionable del dólar: sigue siendo, por mucho, la principal moneda de intercambio y reserva global. Allí China aún no ha hecho mella, y ese parece ser el muro más difícil de derribar en la disputa por la hegemonía mundial.

Foto 4: Xi, Putin y Kim en Beijing

El desfile en Beijing por el 80 aniversario de la victoria china sobre Japón fue una puesta en escena monumental. China mostró misiles hipersónicos, sistemas láser y tecnología de punta. Pero la foto clave fue la de Xi, caminando al frente de un grupo de líderes euroasiáticos, entre los que destacan Putin y Kim Jong Un. En esa imagen, no había tensiones ni gestos incómodos: sino más bien unidad y confianza.

La parada militar, calificada de “hermosa” por Trump, completó la serie de señales a Estados Unidos y el mundo: Xi se hace cada vez más fuerte y tiene cada vez más respaldo en el Sur Global, especialmente en Eurasia; Putin confirma que no está más aislado y Kim demuestra que está jugando en las grandes ligas de la geopolítica. El mensaje fue directo a la anglosfera –incluyendo Japón, Corea del Sur y Taiwán–. La sinosfera no es solo una alternativa económica, sino una fuerza capaz de disputar a Estados Unidos en todos los frentes.

Conclusión

Las cuatro fotos son instantáneas de un mundo en transición. Occidente pierde centralidad, mientras Eurasia gana protagonismo con un bloque cada vez más cohesionado. El Sur Global se convierte en terreno de disputa, pero también en posible beneficiario del reacomodo.

Para América Latina –y Bolivia en particular– el no alineamiento activo aparece como la mejor estrategia: negociar con ambos bloques, aprovechar los mecanismos de financiamiento alternativos al FMI – como los nuevos bancos de desarrollo de la OCS– sin descuidar los vínculos históricos, geográficos y culturales con la anglosfera. La clave es mantener una política pragmática que priorice intereses nacionales por encima de las ideologías.

Sería ingenuo pensar que el declive relativo de Occidente significa irrelevancia. Europa y Estados Unidos seguirán liderando el orden internacional liberal por muchos años más, como los principales referentes de la democracia y la libertad. Pero en paralelo, la emergencia de un mundo multipolar con rasgos de nueva bipolaridad –anglosfera vs. sinosfera– obliga a repensar estrategias y posiciones.