- Que la participación de los LLDCs en las exportaciones mundiales de mercancías sigue siendo marginal, alcanzando apenas el 1,1% del total mundial en 2022.
- Que los costos comerciales para estos países son, en promedio, un 30% más altos que los que enfrentan los países en desarrollo con litoral, debido principalmente a las múltiples fronteras, trámites y cargas logísticas que deben superar para acceder a los mercados globales.
Bienvenido al Blog de Andrés Guzmán Escobari, donde encontrará artículos de opinión, entrevistas y reportajes sobre la demanda marítima boliviana y sobre otros temas de política internacional.
viernes, 1 de agosto de 2025
6 de agosto: Día de los Países en Desarrollo Sin Litoral
jueves, 24 de julio de 2025
La carrera diplomática boliviana y su perspectiva de recuperación
En Bolivia, cerca al 5% de las designaciones actuales provienen del escalafón diplomático, en contraste con países vecinos como Perú (más del 90%), Chile y Brasil (más del 80%).
Por: Andrés Guzmán Escobari
Publicado en Brújula Digital
El Servicio de Relaciones Exteriores de un país es la entidad encargada de ejecutar la política exterior, representar oficialmente al Estado ante la sociedad internacional y defender sus intereses tanto en el plano bilateral como en el multilateral. Está compuesto por un equipo técnico especializado en diplomacia, relaciones internacionales y otros campos relacionados, comparable, en términos funcionales, a las Fuerzas Armadas en el campo de la defensa. Actúa como un cuerpo profesional que asesora al Poder Ejecutivo y se encarga de implementar decisiones estratégicas, aunque la dirección de la política exterior sea una atribución del Presidente del Estado (artículo 172 de la Constitución Política del Estado).
La profesionalización del cuerpo diplomático permite
resguardar los intereses permanentes del Estado frente a los vaivenes
ideológicos o partidarios de los gobiernos de turno. Un servicio exterior
institucionalizado garantiza continuidad, coherencia, capacidad técnica y
proyección internacional de largo plazo, independientemente de los ciclos
políticos internos. Esto lo demuestran países con tradición institucional diplomática
como Brasil, Chile o Perú, donde más del 80% de los embajadores provienen de la
carrera diplomática profesional.
En Bolivia, los esfuerzos por institucionalizar la carrera
diplomática se remontan a 1954, cuando el presidente Víctor Paz Estenssoro creó
el Instituto de Estudios Internacionales “Antonio Quijarro” mediante el Decreto
Supremo N°3710. Este instituto, dirigido inicialmente por el ilustre
diplomático Jorge Escobari Cusicanqui, formó a los primeros diplomáticos de
Bolivia mediante programas de tres años de estudio riguroso.
Durante la década de 1960, su funcionamiento fue
interrumpido por decisiones de los gobiernos de turno. Sin embargo, en 1974, se
reactivó con un curso para los funcionarios del Ministerio de Relaciones
Exteriores. Al año siguiente, en 1975, el instituto fue renombrado como
Academia Diplomática “Antonio Quijarro”, bajo la dirección de Óscar Cerruto,
otro referente de la diplomacia boliviana. Esta etapa se mantuvo hasta 1993,
cuando se aprobó la Ley Nº1444 del Servicio de Relaciones Exteriores, durante
el gobierno de Jaime Paz Zamora.
Con esta ley, la Academia pasó a denominarse “Rafael
Bustillo”, en homenaje al diplomático boliviano que defendió los derechos del
país sobre las costas del Pacífico en el siglo XIX. Bajo ese nombre se
graduaron varias promociones más, hasta que, en 2013, durante el gobierno de
Evo Morales, se promulgó la Ley Nº465 del Servicio de Relaciones Exteriores del
Estado Plurinacional.
Esta nueva ley consolidó formalmente la carrera diplomática
en Bolivia, ratificó la existencia del escalafón diplomático y estableció que
el ingreso al Servicio de Relaciones Exteriores debía realizarse a través de la
Academia Diplomática Plurinacional (ADP), mediante convocatoria pública y
formación especializada. No obstante, la misma ley incorporó un mecanismo
alternativo de acceso: el ingreso por invitación directa del Ministro de
Relaciones Exteriores y convocatoria pública, lo cual abrió la puerta a la
incorporación de funcionarios sin los conocimientos técnicos ni la experiencia
necesaria para ejercer funciones diplomáticas.
A pesar de esta apertura discrecional, la Disposición
Transitoria Primera de la Ley 465 establecía que todos los servidores públicos
del Ministerio de Relaciones Exteriores debían adecuarse a las disposiciones de
la nueva ley, previa evaluación individual, en un plazo máximo de dos años.
Esto ofrecía una oportunidad para introducir criterios meritocráticos y evaluar
la permanencia de funcionarios que habían ingresado por designación política.
Sin embargo, en julio de 2021, el Tribunal Constitucional
Plurinacional, mediante la Sentencia Constitucional 0016/2021, declaró la
inconstitucionalidad tanto de esa Disposición Transitoria como del Decreto
Supremo 4240 —norma aprobada durante el gobierno de Jeanine Áñez que
reglamentaba el escalafón diplomático—. Esta decisión tuvo un efecto regresivo:
en lugar de fortalecer el principio de mérito y profesionalización en el acceso
al servicio exterior, dejó vigente una normativa ambigua que favorece la
discrecionalidad política por sobre la institucionalidad y la carrera
diplomática.
Por tales motivos, cuatro años después, la mayoría de los
cargos diplomáticos siguen ocupados por funcionarios designados políticamente,
sin carrera ni formación diplomática. Según la nómina oficial de embajadores y
cónsules publicada por el Ministerio de Relaciones Exteriores en junio de 2025,
cerca al 5% de las designaciones actuales provienen del escalafón diplomático,
en contraste con países vecinos como Perú (más del 90%), Chile y Brasil (más
del 80%).
Esta situación conlleva las siguientes consecuencias:
- Se
desaprovecha décadas de inversión estatal en formación diplomática.
- Se
reduce la calidad y continuidad de la política exterior.
- Se
debilita la representación internacional de Bolivia, al ser asumida por
funcionarios sin preparación técnica.
- Se
viola el principio constitucional de mérito e igualdad en el acceso a la
función pública.
Incluso la actual canciller, Celinda Sosa, reconoció ante la
Asamblea Legislativa Plurinacional que el Ministerio de Relaciones Exteriores
carece actualmente de servidores públicos de carrera, lo que confirma el estado
crítico de la institucionalidad diplomática.
Frente a este sombrío panorama, surge una luz de esperanza:
la Asociación de Egresados de la Academia Diplomática ha sido recientemente
reorganizada y ha elegido una nueva directiva, encabezada por el diplomático de
carrera Javier Viscarra. Esta reorganización tiene como objetivo contribuir a
la recuperación de la institucionalidad del Servicio de Relaciones Exteriores,
fortalecer la carrera diplomática y promover una política exterior coherente,
estratégica y profesional.
Esta tarea exigirá coordinación con el poder político,
respeto estricto a la normativa vigente y la incorporación de los egresados de
la ADP, incluidas las promociones más recientes, así como otros profesionales
en relaciones internacionales que cumplan los requisitos legales para
contribuir al servicio exterior del país.
La carrera diplomática boliviana existe en lo normativo,
pero ha sido desarticulada en la práctica. Restaurarla no es sólo una
reivindicación profesional, sino un imperativo estratégico para Bolivia. Un
servicio exterior profesional, institucionalizado y tecnificado es condición
necesaria para defender los intereses del país en un mundo cada vez más
complejo, competitivo y en constante cambio.
sábado, 12 de julio de 2025
Bolivia frente a la COP30: redefinición de su política climática
Bolivia deberá revisar críticamente su tradicional alineamiento con el grupo de Países en Desarrollo de Pensamiento Similar (LMDC), que ha mantenido una postura escéptica frente a los mercados de carbono.
La Amazonía |
Por: Andrés Guzmán Escobari
El primer gran desafío internacional que deberá enfrentar el próximo gobierno de Bolivia será su participación en la Conferencia de las Partes (COP30), que se celebrará en Belém do Pará, Brasil, a partir del 10 de noviembre de 2025. Este evento marcará un momento clave en las negociaciones globales sobre cambio climático, al desarrollarse en la Amazonía y tener como eje central la protección de los bosques tropicales, la transición energética justa y el financiamiento climático. Entre los temas más relevantes figura la implementación del Artículo 6 del Acuerdo de París, relativo a los mercados de carbono, mecanismo de creciente interés para Bolivia, no sólo como herramienta para enfrentar los efectos del cambio climático, sino como potencial fuente de ingresos en divisas en un contexto económico marcado por la escasez de dólares.
De hecho, varios programas de
gobierno de los candidatos presidenciales bolivianos han incorporado la venta
de bonos de carbono como una alternativa viable para enfrentar la crisis de
reservas internacionales. En ese marco, la participación boliviana en la COP30
reviste una relevancia estratégica, tanto en lo climático como en lo económico.
Aunque Bolivia cuenta con un limitado
poder de influencia en las negociaciones multilaterales, esta vez llega con
condiciones más favorables que en anteriores cumbres:
- Es un país amazónico, con una importante porción
del bioma compartido con Brasil y otros países de la cuenca. Este hecho
cobra especial importancia en una conferencia que tiene como sede y
símbolo a la Amazonía, y puede otorgarle mayor visibilidad si articula una
posición coordinada con los demás países amazónicos.
- Ha cambiado su enfoque sobre los mercados de
carbono. Tras años de oponerse a su implementación por considerarlos una
"mercantilización" de la naturaleza, Bolivia modificó su postura
en junio de 2024 al eliminar las restricciones legales que impedían su
participación en estos mercados (Sentencia Constitucional Plurinacional N°
040/2024) y establecer un marco normativo general (Decreto Supremo N°
5264). Este giro responde tanto a la urgencia económica como a una
renovada voluntad de diálogo con los mecanismos internacionales, aunque
aún mantiene un discurso ambiguo entre lo económico y lo ideológico.
- La COP30 coincidirá con la asunción de un nuevo
gobierno en Bolivia, si se cumple el cronograma electoral. Esto abre la
posibilidad de que el país se presente con una voz renovada, que combine
continuidad institucional con una estrategia más pragmática, centrada en
resultados.
En este contexto, Bolivia tiene
la oportunidad de adoptar una posición más constructiva y propositiva,
alejándose de la intransigencia que en otras conferencias la llevó a quedar
aislada, como cuando fue el único país que se opuso a consensos ampliamente
aceptados (COP15, COP16 y COP26). El objetivo no debe ser sólo atraer
financiamiento por la vía de los bonos de carbono, sino también garantizar la
conservación efectiva de sus reservas naturales —hoy amenazadas por la minería
ilegal, los incendios forestales y los asentamientos no regulados—, así como
respetar y empoderar a las poblaciones indígenas y comunidades locales.
Para lograrlo, Bolivia deberá
revisar críticamente su tradicional alineamiento con el grupo de Países en
Desarrollo de Pensamiento Similar (LMDC), que ha mantenido una postura
escéptica frente a los mercados de carbono. Aunque este grupo ha jugado un rol
importante en la defensa de los intereses del Sur global, en este punto
específico Bolivia podría adoptar una posición intermedia, que le permita
aprovechar los mecanismos de mercado sin renunciar a la demanda de mayor
equidad climática.
Ahora bien, en otras áreas clave
Bolivia sí debería reforzar su cooperación con los LMDC, en particular en la
exigencia de un nuevo objetivo cuantificado de financiamiento climático (New
Collective Quantified Goal – NCQG), que sustituya e incremente el fondo de
100.000 millones de dólares anuales comprometido en conferencia anteriores,
pero que no se ha cumplido plenamente por los países desarrollados. En la COP29
(Bakú, 2024) se acordó elevar esa meta a 300.000 millones de dólares anuales
hacia 2035, como parte de una hoja de ruta que busca alcanzar 1,3 billones
anuales. Sin embargo, el acuerdo ha sido criticado por no diferenciar entre
donaciones y préstamos, lo que podría aumentar el endeudamiento de países con
menor capacidad fiscal. Este punto es fundamental para Bolivia y otros países
en desarrollo, porque sin un financiamiento climático adecuado y predecible, la
participación efectiva en los mercados de carbono será inviable.
Un tema adicional de gran
relevancia es el Mecanismo de Ajuste en Frontera por Carbono (CBAM), promovido
por la Unión Europea, el Reino Unido y Canadá. Este mecanismo impone un
gravamen a las importaciones de productos cuya producción implique elevadas emisiones
de carbono, con el objetivo de evitar la "fuga de carbono" y fomentar
la descarbonización global. Aunque el CBAM ha sido presentado por sus
promotores como una medida efectiva para reducir los efectos del cambio
climático, también ha sido duramente criticado por países, como Bolivia o China,
por considerarlo una medida proteccionista y unilateral, que encarece las
exportaciones y dificulta la competitividad de industrias con menor capacidad
tecnológica para reducir emisiones. En este sentido, Bolivia, en nombre de los
LMDC, ha solicitado oficialmente que la COP30 incluya en su agenda un punto
sobre las “medidas unilaterales restrictivas al comercio relacionadas con el
cambio climático”, denunciando que el CBAM obstaculiza los compromisos asumidos
en el Acuerdo de París.
jueves, 5 de junio de 2025
La miopía internacional de la agenda electoral boliviana
lunes, 10 de marzo de 2025
El nuevo orden internacional trumpista
El trumpismo no solo redefine el papel de Estados Unidos en el mundo, sino que también pone a prueba los límites de un sistema internacional en crisis, donde las reglas tradicionales de la diplomacia parecen ceder ante la política de la transacción y la fuerza.
Por: Andrés Guzmán Escobari
Publicado en Péndulo de Correo del Sur
Desde el estallido de la crisis financiera global en 2008,
la globalización y la interdependencia económico-comercial, que habían avanzado
significativamente desde el fin de la Guerra Fría, entre 1991 y 2008, comenzaron
a debilitarse de manera evidente. Después de la segunda peor crisis económica y
financiera de la historia, solo superada por la Gran Depresión (1929-1939),
sucedieron una serie de acontecimientos que marcaron aún más la tendencia hacia
la desglobalización y el desacople: la creación de los BRICS en 2010, la
expulsión de Rusia del G8 en 2014, el Brexit en 2016, la guerra comercial y
tecnológica entre China y Estados Unidos a partir de 2017, la invasión rusa de
Ucrania en 2022 y la guerra entre Israel y el llamado "Eje de la
Resistencia" liderado por Irán desde 2023.
Paralelamente, las cadenas globales de valor y el comercio
internacional también se vieron afectados por otros factores de alcance
mundial, como la pandemia de COVID-19 y los desastres naturales asociados al
cambio climático (inundaciones, incendios y sequías, entre otros), que han sido,
junto a los otros acontecimientos, los principales causantes del estancamiento
de la economía global, que entre 2022 y 2024 sólo creció a un promedio anual de
2,4% (UNCTAD, 2025).
A todos estos hechos, que también son el reflejo del
agotamiento del orden internacional liberal, ahora se suma un cambio radical en
la política exterior de Estados Unidos que podría acelerar y profundizar dicho agotamiento
hacia el colapso total del ordenamiento internacional vigente. En efecto, el
gobierno de Donald Trump, a diferencia de sus predecesores, ha dejado de
defender la democracia, el libre comercio y el multilateralismo, generando una incertidumbre
que no sólo acentúa el proceso de desglobalización y desacople, sino que podría
poner punto final al ordenamiento basado en el sistema de Naciones Unidas y
Bretton Woods. De hecho, desde su primera administración, y también ahora,
Trump ha elogiado a líderes autoritarios, impuesto aranceles a varios países y
retirado a Estados Unidos de acuerdos y organismos internacionales fundamentales
para la gobernanza global, como la Organización Mundial de la Salud, el Consejo
de Derechos Humanos de la ONU, el acuerdo de la OCDE sobre impuestos globales y
el Acuerdo de París sobre el cambio climático.
Tomando todo esto en consideración, en este artículo se
analizan dos elementos clave del nuevo orden internacional trumpista: 1) el
acercamiento a Rusia y el alejamiento de Europa, y 2) el pragmatismo transaccional.
Acercamiento a Rusia y alejamiento de Europa
El acercamiento del gobierno de Trump al régimen autoritario
de Vladimir Putin marca un giro de 180 grados en la postura estadounidense
frente a la guerra en Ucrania. Este “golpe de timón” plantea a su vez una
reconfiguración geopolítica en la que Estados Unidos no sólo estrecha lazos con
su principal adversario militar, sino que también se aleja de sus aliados
tradicionales, agrupados en el G7 y la OTAN. Si bien esta estrategia parece
estar orientada a evitar el afianzamiento del eje Moscú-Pekín, que se fortaleció
significativamente durante el gobierno de Joseph Biden, también genera
incertidumbre sobre la credibilidad de Estados Unidos como socio confiable y
pone en riesgo las alianzas forjadas desde el final de la Segunda Guerra
Mundial, pilares de la pax americana.
Algo similar ocurrió durante la Guerra Fría, cuando el
gobierno de Richard Nixon, asesorado por Henry Kissinger, se acercó a la China
de Deng Xiaoping para impedir una alianza comunista y antioccidental entre la
URSS y China. Sin embargo, en aquella ocasión, Nixon no desafió los principios
tradicionales de la política exterior estadounidense ni se alejó de sus aliados
europeos; al contrario, los mantuvo intactos y reforzó la seguridad del bloque
occidental.
Aunque la estrategia de Trump podría parecer
contraproducente desde el prisma político de la Guerra Fría, existen elementos realistas
del contexto actual que podrían justificarla. En primer lugar, dado que la
configuración geopolítica del mundo ha vuelto a ser esencialmente tripolar – con
Pekín, Moscú y Washington como los principales actores - y dado que China se ha
convertido en el principal adversario económico, tecnológico y financiero de
Estados Unidos, resulta lógico intentar debilitar la alianza entre China y
Rusia, su principal adversario militar.
Esta estrategia cobra aún más sentido si se considera el
potencial de los BRICS+, entre los que también se incluye a Bolivia y que
algunos autores han denominado “sinosfera” (Cutler, 2022) o “Este Global” (Ikenberry,
2024). Este bloque de países emergentes y ricos en recursos naturales, que se
distingue del Sur Global (donde verdaderamente pertenece Bolivia) y se opone a
la “anglosfera” u “Oeste Global”, liderado por Estados Unidos, es el que
promueve un mundo multipolar o multiplex y el único que había intentado
socavar el orden internacional liberal, hasta la llegada de Trump a la escena
política mundial.
Con esta lógica disruptiva, Trump ha estado tratando de acabar
con la guerra en Ucrania, sin importar que Putin obtenga un significativo triunfo
militar sobre Europa y el propio Estados Unidos. Con dicho triunfo, Rusia no
sólo podría anexar una parte importante de Ucrania, sino que también podría
tener vía libre para expandirse sobre otros países europeos. Esto es así porque
el gobierno de Trump ha anunciado que no seguirá financiando la defensa europea
ni tampoco cumplirá el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, en caso de
una agresión externa a un miembro de la OTAN.
Mediante estas maniobras y anuncios, Trump pretende ganar
por doble partida, porque no sólo está reduciendo el enorme gasto que supone el
sostenimiento de la Alianza Atlántica en la que solo Estados Unidos cubre
aproximadamente el 60% del presupuesto; sino que además, al dejar a los países
europeos a su suerte frente a la amenaza rusa, los obliga a adquirir armamento
y equipamiento militar de fabricación estadounidense, ya que ni Europa ni
Canadá cuentan actualmente con la capacidad industrial suficiente como para
armar un ejército de la OTAN sin la participación de Estados Unidos.
Pragmatismo transaccional
Quienes intentan relacionar al trumpismo con una ideología
claramente definida, como el conservadurismo liberal de extrema derecha por
ejemplo, u otras tendencias similares que han llegado al poder en algunos
países europeos y Argentina, no han terminado de comprender que lo que guía
este movimiento, al menos en el escenario internacional, son los intereses
nacionales y el pragmatismo transaccional a ultranza. La lógica es muy clara y
simple, anteponer los intereses de Estados Unidos primero (America First)
para hacer grande al país nuevamente (Make America Great Again).
Bajo estas consignas, el gobierno de Trump está intentando terminar
con la guerra en Ucrania. Pues antes que detener la matanza o evitar la
destrucción de Ucrania, lo que busca la administración trumpista son beneficios
económicos y estratégicos que puedan permitir a Estados Unidos mantener su
hegemonía global. Por estos motivos, Trump ha señalado en varias oportunidades que
quiere lograr una compensación por los varios billones de dólares que el
gobierno de Biden entregó a Ucrania en forma de donación. Para lo cual, ha
estado negociando con Ucrania un acuerdo para explotar sus tierras raras y
otros recursos naturales, que le podrían servir para enfrentar a China en el
ámbito tecnológico.
La idea es constituir un fondo de reconstrucción
administrado por Ucrania y Estados Unidos, para explotar ciertas riquezas de
Ucrania en favor de la reconstrucción del país y de los intereses geoeconómicos
de Estados Unidos. El acuerdo, que tenía que ser firmado durante la visita del
presidente Volodimir Zelensky a Washington, fue postergado indefinidamente tras
el maltrato que recibió este último de parte de sus anfitriones
estadounidenses, Trump, Vance y Rubio, en la oficina oval de la Casa
Blanca.
Este incidente, que muestra cómo las más altas autoridades
de Estados Unidos quieren imponer sus condiciones, también deja dudas sobre la
verdadera efectividad de la estrategia trumpista, debido a que el intento de
doblegar y amedrentar públicamente al presidente ucraniano provocó reacciones
que alejan la posibilidad de concretar el acuerdo antes mencionado. En efecto, tras
su tensa reunión en la Casa Blanca, Zelensky no sólo recibió el decidido apoyo
de los países europeos que se comprometieron a incrementar su ayuda económica y
militar a Ucrania, sino también el apoyo de su propio pueblo. Esto último
desmiente el argumento trumpista de que Zelensky sería un “dictador sin
elecciones” por haberse prorrogado en sus funciones debido a la guerra sin
contar con apoyo popular. Lo ocurrido en la Casa Blanca ha dejado en evidencia
que Zelensky no sólo tiene apoyo de su pueblo, sino que éste incrementa con los
ataques y maltratos de Trump.
Conclusión
El nuevo orden internacional que impulsa Donald Trump se
basa en una combinación de pragmatismo extremo, nacionalismo económico y una
reconfiguración de alianzas que rompe con los principios tradicionales de la
política exterior estadounidense. Su acercamiento a Rusia y su distanciamiento
de Europa no solo desafían la estructura de seguridad global construida desde
la Segunda Guerra Mundial, sino que también aceleran el proceso de
desglobalización y erosionan la credibilidad de Estados Unidos como garante del
orden liberal. Sin embargo, la efectividad de esta estrategia sigue siendo
incierta, ya que su lógica disruptiva, aunque pueda generar beneficios
económicos a corto plazo, también aumenta las tensiones internacionales y deja
a Washington en una posición de mayor aislamiento. En este escenario, el
trumpismo no solo redefine el papel de Estados Unidos en el mundo, sino que
también pone a prueba los límites de un sistema internacional en crisis, donde
las reglas tradicionales de la diplomacia parecen ceder ante la política de la
transacción y la fuerza.