domingo, 17 de diciembre de 2017

La decisión de Trump sobre Jerusalén

Un análisis desde las perspectivas histórica, jurídica y política de la decisión que aisló a Estados Unidos en la arena internacional.
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Por: Andrés Guzmán Escobari
La decisión del Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, de reconocer unilateralmente a Jerusalén como capital de Israel y de establecer la Embajada de su país en esa ciudad, ha provocado molestia y consternación en la comunidad internacional no solo porque socava el proceso de paz palestino-israelí, que ha sido encaminado desde hace muchos años por la diplomacia estadounidense, sino también porque podría detonar una nueva intifada u otra guerra árabe-israelí de lamentables y catastróficas consecuencias.  
En ese sentido, a continuación se analizan las implicancias de tal decisión desde las perspectivas histórica, jurídica y político-diplomática.
Perspectiva histórica  
En 1917, después de que los británicos expulsaron a los otomanos de Jerusalén durante la Primera Guerra Mundial; el Ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, Arthur J. Balfour, manifestó su complacencia con establecer un “hogar nacional” para el pueblo judío en Palestina, lo cual fue refrendado al poco tiempo por Estados Unidos y otros países, gracias al intenso lobby que desplegaron los movimientos sionistas.
Así comenzó la relación entre Estados Unidos y lo que sería el Estado de Israel a partir de 1948, que luego se convertiría en una de las alianzas más sólidas y perdurables del mundo. No obstante, a pesar de ello, el gobierno estadounidense ha sido uno de los principales mediadores en el largo y complejo conflicto palestino-israelí, en el que además ha logrado propiciar los avances más importantes que se han alcanzado.
En efecto, en 1993, los representantes de la Organización para la Liberación Palestina, Israel, Estados Unidos y Rusia, reunidos en Washington D.C., firmaron los Acuerdos de Oslo que establecieron una hoja de ruta para alcanzar una solución permanente al conflicto palestino-israelí. Sin embargo, con el paso de los años y los incumplimientos de Israel a lo pactado, especialmente por haber construido asentamientos y muros en territorio palestino, las posibilidades de alcanzar la paz se han ido difuminando.
Ante esa realidad y con la idea de que “los viejos desafíos requieren nuevos enfoques”, el Presidente Trump anunció su polémica decisión que desde la perspectiva histórica desprecia y desecha los esfuerzos realizados por la diplomacia estadounidense y que increíblemente también premia a la parte que no cumplió lo convenido, sin siquiera exigirle que al menos detenga su expansionismo.  
Perspectiva jurídica  
En 1980, el Congreso israelí (Knesset) aprobó una ley que proclama a Jerusalén como su “capital eterna e indivisible”, lo que provocó el rechazo de varios países debido a que Israel había anexado la parte oriental de esa ciudad en 1967, muy a pesar de que en 1949 se había comprometido a respetar la jurisdicción del Reino de Jordania en esa zona.
El Consejo de Seguridad calificó a esa proclamación como “una violación al derecho internacional” y recomendó a los Estados miembros de la ONU que trasladen sus embajadas de Jerusalén a Tel Aviv. Todo ello mediante la Resolución 478 (1980), que fue aprobada por 14 votos a favor y la abstención de Estados Unidos.    
El expansionismo israelí sobre Jerusalén, que según el plan de la ONU para la partición de Palestina (1947) debería conformar un coprus separatum administrado por ese organismo internacional, fue condenado en otras varias Resoluciones del Consejo de Seguridad que fueron aprobadas con la abstención estadounidense. La última de ellas, la 2334 (2016), que fue adoptada durante el gobierno de Barak Obama, reafirma “que el establecimiento de asentamientos por parte de Israel en el territorio palestino ocupado desde 1967, incluida Jerusalén Oriental, no tiene validez legal”.
Por tanto, considerando el hecho de que las Resoluciones del Consejo de Seguridad son jurídicamente vinculantes para todos los Estados miembros de la ONU, el referido reconocimiento unilateral, que no distingue entre el este y el oeste de Jerusalén, no es menos que otra violación al derecho internacional.
No obstante, si algo podemos decir en favor de la controvertida decisión, es que no se trata de un Decreto más, sino de la promulgación de una ley que el Congreso estadounidense aprobó en 1995 por un amplio margen y la cual no había sido promulgada hasta ahora, debido a que podía afectar “a la seguridad nacional de Estados Unidos”.
Perspectiva político-diplomática
Finalmente, en cuanto al componente político, es evidente que Trump quiso diferenciarse de sus predecesores, que al igual que él habían prometido reconocer a Jerusalén como capital de Israel pero nunca cumplieron.
De hecho, durante el acto de promulgación, Trump aludió a la “falta de coraje” de quienes ocuparon la Casa Blanca antes que él y al día siguiente compartió un video en Twitter con el comentario: “Yo cumplí mi promesa de campaña – otros no lo hicieron”. En dicho video, primero se ve a Clinton (1992), Bush (2000) y Obama (2008), afirmando que Jerusalén es la capital de Israel – solo Bush promete trasladar la Embajada –, y después se ve a Trump (2016) prometiendo lo mismo, para luego terminar el audiovisual con el momento en que anuncia la controvertida decisión.
Pero si bien la medida pudo haber aumentado la popularidad de Trump en su país, en el ámbito internacional y desde el punto de vista diplomático, es una señal que aísla a Estados Unidos, puesto que sólo se manifestaron a favor los presidentes de República Checa, Tuvalu y Filipinas, que no son precisamente actores protagónicos del conflicto palestino-israelí... 
Al respecto, cabe preguntarse ¿por qué los estadounidenses no consiguieron más apoyos antes de lanzar su polémica medida? Y ¿sopesaron verdaderamente los posibles efectos geopolíticos?
Sobre esta última interrogante, no es ningún secreto que Irán y Arabia Saudita se disputan desde hace varias décadas el liderazgo político, económico y militar del mundo árabe-musulmán, y teniendo en cuenta que el gobierno iraní se ha convertido en el principal referente del movimiento anti-sionista a nivel mundial; se hace evidente que la medida de Trump, que fue repudiada por la Liga Árabe, podría inclinar la balanza en favor de Irán y en desmedro de Arabia Saudí, que es el principal aliado de Washington en la región, después de Israel.

Por lo dicho, nos queda la sensación de que la medida fue pensada únicamente para fines de política interna y no consideró los efectos en el prestigio internacional de Estados Unidos, ni muchos menos en la estabilidad social y política del Oriente Próximo, que ya se encuentra convulsionado. 

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