Un análisis desde las perspectivas histórica, jurídica y política de la decisión que aisló a Estados Unidos en la arena internacional.
Por: Andrés Guzmán Escobari
La decisión del Presidente de los
Estados Unidos, Donald Trump, de reconocer unilateralmente a Jerusalén como
capital de Israel y de establecer la Embajada de su país en esa ciudad, ha provocado
molestia y consternación en la comunidad internacional no solo porque socava el
proceso de paz palestino-israelí, que ha sido encaminado desde hace muchos años
por la diplomacia estadounidense, sino también porque podría detonar una nueva
intifada u otra guerra árabe-israelí de lamentables y catastróficas consecuencias.
En ese sentido, a continuación se
analizan las implicancias de tal decisión desde las perspectivas histórica,
jurídica y político-diplomática.
Perspectiva histórica
En 1917, después
de que los británicos expulsaron a los otomanos de Jerusalén durante la Primera
Guerra Mundial; el Ministro de Relaciones Exteriores del Reino Unido, Arthur J.
Balfour, manifestó su complacencia con establecer un “hogar nacional” para el
pueblo judío en Palestina, lo cual fue refrendado al poco tiempo por Estados
Unidos y otros países, gracias al intenso lobby
que desplegaron los movimientos sionistas.
Así comenzó la relación
entre Estados Unidos y lo que sería el Estado de Israel a partir de 1948, que luego
se convertiría en una de las alianzas más sólidas y perdurables del mundo. No
obstante, a pesar de ello, el gobierno estadounidense ha sido uno de los
principales mediadores en el largo y complejo conflicto palestino-israelí, en
el que además ha logrado propiciar los avances más importantes que se han
alcanzado.
En efecto, en 1993,
los representantes de la Organización para la Liberación Palestina, Israel,
Estados Unidos y Rusia, reunidos en Washington D.C., firmaron los Acuerdos de
Oslo que establecieron una hoja de ruta para alcanzar una solución permanente
al conflicto palestino-israelí. Sin embargo, con el paso de los años y los
incumplimientos de Israel a lo pactado, especialmente por haber construido
asentamientos y muros en territorio palestino, las posibilidades de alcanzar la
paz se han ido difuminando.
Ante esa realidad
y con la idea de que “los viejos desafíos requieren nuevos enfoques”, el
Presidente Trump anunció su polémica decisión que desde la perspectiva
histórica desprecia y desecha los esfuerzos realizados por la diplomacia estadounidense
y que increíblemente también premia a la parte que no cumplió lo convenido, sin
siquiera exigirle que al menos detenga su expansionismo.
Perspectiva jurídica
En 1980, el
Congreso israelí (Knesset) aprobó una
ley que proclama a Jerusalén como su “capital eterna e indivisible”, lo que
provocó el rechazo de varios países debido a que Israel había anexado la parte
oriental de esa ciudad en 1967, muy a pesar de que en 1949 se había
comprometido a respetar la jurisdicción del Reino de Jordania en esa zona.
El Consejo de
Seguridad calificó a esa proclamación como “una violación al derecho
internacional” y recomendó a los Estados miembros de la ONU que trasladen sus
embajadas de Jerusalén a Tel Aviv. Todo ello mediante la Resolución 478 (1980),
que fue aprobada por 14 votos a favor y la abstención de Estados Unidos.
El expansionismo
israelí sobre Jerusalén, que según el plan de la ONU para la partición de Palestina
(1947) debería conformar un coprus
separatum administrado por ese organismo internacional, fue condenado en
otras varias Resoluciones del Consejo de Seguridad que fueron aprobadas con la
abstención estadounidense. La última de ellas, la 2334 (2016), que fue adoptada
durante el gobierno de Barak Obama, reafirma “que el establecimiento de
asentamientos por parte de Israel en el territorio palestino ocupado desde 1967,
incluida Jerusalén Oriental, no tiene validez legal”.
Por tanto, considerando
el hecho de que las Resoluciones del Consejo de Seguridad son jurídicamente
vinculantes para todos los Estados miembros de la ONU, el referido
reconocimiento unilateral, que no distingue entre el este y el oeste de
Jerusalén, no es menos que otra violación al derecho internacional.
No obstante, si
algo podemos decir en favor de la controvertida decisión, es que no se trata de
un Decreto más, sino de la promulgación de una ley que el Congreso estadounidense
aprobó en 1995 por un amplio margen y la cual no había sido promulgada hasta
ahora, debido a que podía afectar “a la seguridad nacional de Estados Unidos”.
Perspectiva político-diplomática
Finalmente, en
cuanto al componente político, es evidente que Trump quiso diferenciarse de sus
predecesores, que al igual que él habían prometido reconocer a Jerusalén como
capital de Israel pero nunca cumplieron.
De hecho,
durante el acto de promulgación, Trump aludió a la “falta de coraje” de quienes
ocuparon la Casa Blanca antes que él y al día siguiente compartió un video en
Twitter con el comentario: “Yo cumplí mi promesa de campaña – otros no lo
hicieron”. En dicho video, primero se ve a Clinton (1992), Bush (2000) y Obama
(2008), afirmando que Jerusalén es la capital de Israel – solo Bush promete
trasladar la Embajada –, y después se ve a Trump (2016) prometiendo lo mismo,
para luego terminar el audiovisual con el momento en que anuncia la controvertida
decisión.
Pero si bien la
medida pudo haber aumentado la popularidad de Trump en su país, en el ámbito
internacional y desde el punto de vista diplomático, es una señal que aísla a
Estados Unidos, puesto que sólo se manifestaron a favor los presidentes de
República Checa, Tuvalu y Filipinas, que no son precisamente actores
protagónicos del conflicto palestino-israelí...
Al respecto, cabe
preguntarse ¿por qué los estadounidenses no consiguieron más apoyos antes de
lanzar su polémica medida? Y ¿sopesaron verdaderamente los posibles efectos
geopolíticos?
Sobre esta
última interrogante, no es ningún secreto que Irán y Arabia Saudita se disputan
desde hace varias décadas el liderazgo político, económico y militar del mundo
árabe-musulmán, y teniendo en cuenta que el gobierno iraní se ha convertido en el
principal referente del movimiento anti-sionista a nivel mundial; se hace
evidente que la medida de Trump, que fue repudiada por la Liga Árabe, podría
inclinar la balanza en favor de Irán y en desmedro de Arabia Saudí, que es el
principal aliado de Washington en la región, después de Israel.
Por lo dicho,
nos queda la sensación de que la medida fue pensada únicamente para fines de
política interna y no consideró los efectos en el prestigio internacional de
Estados Unidos, ni muchos menos en la estabilidad social y política del Oriente
Próximo, que ya se encuentra convulsionado.