Una primera repercusión es el mayor interés que la potencia norteamericana mostrará por el litio y las tierras raras del continente, que son esenciales para la fabricación de armas y dispositivos de alta tecnología.
Por: Andrés Guzmán Escobari
Aunque pactada con antelación entre el gobierno de Donald Trump y el movimiento Talibán, la retirada de las tropas estadounidenses de Afganistán sorprendió a todo el mundo por el caos con la que se llevó a cabo. No solo se dejó el gobierno afgano en manos de los terroristas del Talibán, con una importante y sofisticada dotación de material bélico, sino que además se perdieron casi un centenar de vidas –entre ellas 13 soldados estadounidenses–, debido a los atentados que se registraron durante la evacuación.
Si bien la retirada es innegablemente deshonrosa e injustificable desde el punto de vista logístico y contrainsurgente, resulta bastante razonable desde la perspectiva estratégica y geopolítica, porque ahora el objetivo principal de Estados Unidos ya no es contener el terrorismo, como lo había sido durante los últimos 20 años, sino contrarrestar el ascenso de China.
Efectivamente, tal como lo explica la recientemente aprobada Ley Águila (Eagle Act, HR.3524), la nueva estrategia estadounidense de liderazgo global está enfocada en impedir que el poderío e influencia de China sigan creciendo, y eso provocará importantes cambios en el tablero de la geopolítica mundial, como el de Afganistán, que tendrán fuertes repercusiones en América Latina.
Una primera repercusión que debemos tener muy presente los bolivianos, es el mayor interés que la potencia norteamericana mostrará por el litio y las tierras raras del continente, que son esenciales para la fabricación de armas y dispositivos de alta tecnología, ya que acaba de perder el acceso que tenía a esos mismos recursos en Afganistán.
De hecho, según el eximio profesor Alfredo Jalife, “el mayor temor de Estados Unidos se (con)centra en la santa alianza minera de los talibanes y China con el fin de explotar las pletóricas reservas de minerales en tierras raras de Afganistán”, lo que nos hace pensar que EEUU tendrá que buscar esas estratégicas reservas en el único otro lugar del mundo donde podría encontrarlas en abundancia: la zona fronteriza entre Argentina, Bolivia y Chile.
Una segunda repercusión se dará sobre las relaciones de América Latina con Estados Unidos. Al respecto, si bien algunos expertos señalan que éstas decaerán en su intensidad y cercanía debido a que Washington centrará su atención en el Indo Pacífico; más parece que por razones electorales (las próximas elecciones legislativas se realizarán en noviembre de 2022), la administración de Biden intentará mostrarse fuerte y decidida en la región latinoamericana, especialmente en relación a Cuba, Nicaragua y Venezuela, para tratar de asegurar el voto latino y disipar, aunque sea un poco, la impresión de debilidad que está dejando la retirada de Afganistán.
Una tercera repercusión muy relacionada a la aplicación de la Ley Águila y que podría acelerarse con la crisis de Afganistán, es el impulso que Estados Unidos quiere darle a la construcción y mejora de la infraestructura en los países subdesarrollados para consolidar su plan de “Reconstruir un Mundo Mejor” (Build Back Better World – B3W), lanzado en junio pasado, en la penúltima reunión del G7, con el propósito de contrarrestar la iniciativa china de “la Nueva Ruta de la Seda” (Belt and Road Initiative - BRI). Este plan, para el cual ya se aprobaron ingentes recursos económicos, podría incrementar sustancialmente la inversión estadounidense en la región, especialmente en los países que mantienen buenas relaciones con la Casa Blanca.
Una cuarta repercusión, que ha sido muy bien reseñada por el eminente Juan Gabriel Tokatlian, es el menor incentivo que ahora tienen las naciones latinoamericanas para asociarse a la OTAN, que junto a Estados Unidos es el otro gran responsable de lo sucedido en Afganistán. Efectivamente, considerando los malos resultados que la organización transatlántica ha obtenido en Irak, Libia, Siria y Afganistán, y el resentimiento que seguramente han incubado los grupos terroristas antioccidentales contra los miembros y socios de la OTAN en estos últimos 20 años; resulta poco recomendable asociarse a esa alianza militar, más aún teniendo en cuenta que América Latina es una zona de paz.
Ante esa realidad, en la que uno podría esperar una política cautelosa por parte de Colombia, que es el único país latinoamericano socio de la OTAN; su presidente, Iván Duque, ha decidido refugiar temporalmente a cerca de 4.000 afganos que trabajaron para la misión transatlántica en Afganistán. Aunque no podemos criticar el sentido humanitario de esa medida, resulta difícil de creer que EEUU acoja a todos esos refugiados como espera Duque, considerando que cerca de 30.000 afganos están llegando directamente a suelo estadounidense y que hay una política migratoria muy rígida en ese país, más aún después de que el presidente Putin expresara sus sospechas respecto a la infiltración de agentes terroristas entre los refugiados.
Pero Colombia no fue el único país latinoamericano que quiso abrir sus puertas a los afganos, también lo hicieron Ecuador, Costa Rica, Chile y México. En el primer caso se habla de alrededor de 5.000 refugiados en la misma modalidad que Colombia, en el segundo de 48 mujeres afganas vinculadas a las Naciones Unidas, en el tercero de 10 familias afganas y en el cuarto de 148 personas, que corresponden a reporteros de diversos medios de comunicación y sus familias.
Finalmente, una quinta repercusión, igualmente mencionada por Tokatlian y que también toca muy de cerca a Bolivia, es la necesaria modificación de la política antidrogas que el gobierno de Estados Unidos ya venía ajustando en la región latinoamericana desde hace unos años, pero que se tendrá que cambiar completamente ante el resonante fracaso del prohibicionismo en Afganistán. En efecto, según datos de la UNDOC (2019), la cantidad de heroína producida en suelo afgano desde la implementación del prohibicionismo y los bombardeos a los sembradíos de amapola incrementó cuatro veces; lo que indica que la “guerra contra las drogas”, lejos de contribuir a la disminución del tráfico y producción de estupefacientes, los incrementa.
En conclusión, aunque nuestra región está a más de 15 mil kilómetros de Afganistán y no tenemos el peso ni el poder para rivalizar con quienes toman las decisiones clave en este planeta, existen al menos cinco repercusiones importantes de la crisis afgana en América Latina que debemos conocerlas y saber interpretarlas para contrarrestarlas y/o aprovecharlas en función de nuestros intereses regionales y nacionales.
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