Por: Andrés Guzmán Escobari
El pasado 14 de julio, las seis potencias más importantes
del mundo (P5+1) y la República Islámica de Irán suscribieron un acuerdo en
materia nuclear que podría mejorar las maltrechas relaciones de esta última con
occidente o representar, según aseguran los detractores de dicho acuerdo, el
preludio de una nueva conflagración de alcance global. Es decir, un acuerdo
como el tratado Molotov-Ribbentrop entre Alemania y la Unión Soviética, que
antecedió a la Segunda Guerra Mundial.
El acuerdo consiste en impedir que Irán fabrique bombas
atómicas mediante la limitación de su capacidad para enriquecer uranio y la
inspección continua y en cualquier momento de sus plantas nucleares. Todo ello
a cambio de levantar las sanciones económicas impuestas a la república islámica
hace ya varios años que lejos de frenar sus planes de potenciamiento nuclear con
fines no pacíficos, los han estimulado aún más. Según el acuerdo, dichas sanciones
podrían ser respuestas si Irán incumple su parte.
Se trata por tanto de un trato que podría mejorar el
relacionamiento de Irán con Europa y Estados Unidos porque permite a la
República islámica reincorporarse al comercio mundial y recibir inversión
extranjera directa, principalmente del “primer mundo”. Por ese motivo, el
acuerdo fue efusivamente celebrado en las calles de Terán donde miles de iranís
salieron a manifestar su satisfacción por el posible y casi inminente fin de
las sanciones que por tanto tiempo han impedido mejorar sus niveles de vida.
En ese sentido, considerando que Irán no es solo una nación
hidrocarburífera (4to país en reservas de petróleo y 2do en reservas de gas
natural) como sus vecinos, sino que también cuenta con una industria importante
(grandes fábricas de automotores y equipos electrónicos); el potencial de
desarrollo es enorme, más aun considerando que se trata de un país con más de 80
millones de habitantes de gente mayoritariamente educada y actualmente
trabajando. Por todos estos motivos, podríamos esperar un explosivo repunte de
la economía iraní, tal vez no tanto como para esperar el resurgimiento del imperio
persa de Darío I el Grande (de 522 a. C. a 486 a. C.), pero sí un re-potenciamiento
que le permita alcanzar niveles de potencia emergente en términos
actuales.
Eso es precisamente lo que preocupa a los gobiernos de
Israel, Arabia Saudí y a los opositores republicanos de los Estados Unidos, entre
otros; que son quienes han alertado al mundo sobre una inminente conflagración que
podría desencadenar otra guerra mundial. Según esta versión, el gobierno de
Terán utilizará todo o gran parte de su mayor potencial económico para alentar
y reforzar militarmente a Hezbolá en el Líbano, al gobierno chiita de Bashar al-Asad
en Siria y a los huties chiitas en Yemen que hace poco derrocaron al gobierno
sunita apoyado por el poderoso régimen de Arabia Saudí. Adicionalmente, no se
descarta que Irán pueda continuar sus planes de potenciamiento nuclear a
escondidas, posiblemente bajo tierra, para luego agredir a sus rivales en la
región y/o a sus archienemigos estadounidenses.
En efecto, la conocida y ya tradicional animadversión iraní
hacia los Estados Unidos, cabe recordar, se funda en hechos históricos tales
como: la conspiración estadounidense-británica para derrocar al gobierno
democráticamente elegido de Mohammad Mosaddeq, que en 1953 había dispuesto la
nacionalización del petróleo iraní; la imposición a partir de entonces de un
régimen monárquico represivo y obsecuente a los intereses de occidente al mando
del Sha Mohammad Reza Pahlaví; el apoyo explícito a las medidas de represión
que ese régimen aplicó en contra de quienes apoyaron a la revolución del
Ayatola Jomeini, que a su vez, en 1979 logró establecer la República islámica que
aún está vigente; el apoyo político y militar que Washington le brindó al Iraq
de Sadam Huseim para que invada a Irán en 1980 y desate una guerra que costó
casi un millón de vidas y duró 8 largos años en los que la potencia
norteamericana armó a ambos bandos; la invasión de Estados Unidos a Iraq y
Afganistán (2003 y 2001), ambos vecinos directos de Irán, que afectó seriamente
no sólo a la estabilidad económica y política de Irán sino de toda la región con
el surgimiento y radicalización de grupos terroristas como el Estado Islámico y
Al Qaeda; y finalmente, la imposición de duras sanciones económicas a la
república islámica que, como hemos dicho, podrían ser levantadas en caso de
ratificarse el acuerdo que aquí comentamos.
Con todo, el acuerdo nuclear se encuentra en debate tanto en
Irán que parece proclive a aprobarlo sin mayor trámite y en el Congreso de
Estados Unidos, que, con cierta resistencia, también podría ratificarlo en los
próximos días, y es que más allá de las desventajas que el mismo acuerdo presenta
para los intereses de la primera potencia del mundo, no existe mejor alternativa.
De hecho, la única opción sería la guerra y aunque esa no debería ser una
opción ni siquiera en un escenario de ficción, hay quienes se muestran explícitamente
dispuestos a apoyarla.
Así, el acuerdo parece ser una buena medida para probar
hasta qué punto se puede confiar en la diplomacia para garantizar la paz en el
mundo y en último caso, también representa una garantía, aunque no completa, de
que Irán no podrá iniciar la Tercera Guerra Mundial lanzando bombas atómicas a
quienes con o sin intención, se han ganado su animadversión.
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