La guerra ruso-ucraniana ha profundizado la crisis económica global que se inició con la pandemia del covid-19, generando la tan indeseada combinación de inflación y bajo crecimiento económico a nivel mundial, lo que también se conoce como estanflación. A este sombrío panorama se suma la crisis alimentaria que está ocasionando dicha guerra, por el encarecimiento de los granos y los fertilizantes que son cada vez más escasos debido a los bloqueos y bombardeos que afectan a sus respectivas cadenas de suministro.
Considerando que Ucrania es uno de los principales
productores de cereales a nivel mundial y tomando en cuenta también la
dependencia que tienen varios países de los cereales ucranianos, entre ellos
países tan pobres y vulnerables a las hambrunas como Somalia, Yemen y Sudán; en
julio de 2022, Rusia, Ucrania y Turquía, bajo los auspicios de las Naciones
Unidas, acordaron establecer una ruta humanitaria para la salida de los granos
ucranianos a través del Mar Negro. Dicho acuerdo, que es el único que los Estados
beligerantes han suscrito desde que se inició la guerra, disponía garantizar la
exportación de los granos ucranianos a través del Mar Negro y también, facilitar
el acceso de los alimentos y fertilizantes rusos a los mercados internacionales.
No obstante, a mediados de julio de 2023, Rusia acusó a sus
contrapartes de incumplimiento y decidió retirarse del referido acuerdo,
amenazando con atacar a cualquier embarcación que cruce el Mar Negro, sea o no
para el transporte de granos. Esta alarmante medida, que se anunció a las pocas
horas del segundo ataque ucraniano al puente de Kerch, que une a la península
de Crimea con el territorio ruso; pone en peligro la estabilidad de precios de
los alimentos a nivel global y lo que es peor, deja sin suficiente
abastecimiento a ciertos países africanos que necesitan esos alimentos
desesperadamente.
Pero el alarmante anuncio no solo se quedó en palabras, sino
que se complementó con los repetidos bombardeos rusos a los puertos ucranianos de
exportación de granos sobre el Mar Negro, principalmente al puerto de Odesa, lo
que ha dejado a Ucrania enclaustrada, sin una salida directa y segura a las
corrientes marítimas mundiales.
Según el mismo Vladimir Putin, hay algunas restricciones que
establecen las sanciones occidentales, impuestas por los países de la OTAN (sin
contar a Turquía) a Rusia, que impiden el cumplimiento de lo convenido en el
acuerdo de granos. A lo que los gobiernos occidentales han respondido que Putin
pretende utilizar el hambre como un arma de guerra.
Se trata pues no sólo de una guerra por el control del
territorio ucraniano y de las cadenas de suministro de los alimentos, sino
también de una guerra de narrativas, en la que obviamente, nadie quiere quedar
como el villano de la película, muy a pesar de que Putin es evidentemente el
principal candidato. A sabiendas de esta situación, Putin ha ofrecido enviar
alimentos de manera gratuita a seis países africanos con los que tiene muy
buenos tratos: Burkina Faso, Zimbabue, Mali, Somalia, Eritrea y República Centroafricana.
No obstante, además de dejar a otros países pobres y vulnerables sin
abastecimiento, estas controvertidas medidas están afectando seriamente a
países como China, que también dependen de los granos ucranianos.
Ciertamente, después de la Unión Europea, China es el
principal comprador de los granos ucranianos y toda esta situación ya ha tenido
serios efectos en las adquisiciones de alimentos del gigante asiático, que ha
tenido que buscar otros proveedores en países no tan amigos como Australia,
Canadá y Francia. Entonces, desde el punto de vista de la China, que es el
principal socio de Rusia frente al bloque de la OTAN, las decisiones de Putin le
afectan en tres sentidos: el tener que depender de países occidentales para el
abastecimiento de granos, el no poder abastecer la demanda alimentaria de su gran
población en los mismas condiciones que antes de la guerra y también, el ver
afectada su influencia en África, donde se sabe que Xi Jinping es el único
líder mundial que podría hacer algo para convencer a Putin de que no siga restringiendo
el flujo de alimentos.
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