El trumpismo no solo redefine el papel de Estados Unidos en el mundo, sino que también pone a prueba los límites de un sistema internacional en crisis, donde las reglas tradicionales de la diplomacia parecen ceder ante la política de la transacción y la fuerza.
Por: Andrés Guzmán Escobari
Publicado en Péndulo de Correo del Sur
Desde el estallido de la crisis financiera global en 2008,
la globalización y la interdependencia económico-comercial, que habían avanzado
significativamente desde el fin de la Guerra Fría, entre 1991 y 2008, comenzaron
a debilitarse de manera evidente. Después de la segunda peor crisis económica y
financiera de la historia, solo superada por la Gran Depresión (1929-1939),
sucedieron una serie de acontecimientos que marcaron aún más la tendencia hacia
la desglobalización y el desacople: la creación de los BRICS en 2010, la
expulsión de Rusia del G8 en 2014, el Brexit en 2016, la guerra comercial y
tecnológica entre China y Estados Unidos a partir de 2017, la invasión rusa de
Ucrania en 2022 y la guerra entre Israel y el llamado "Eje de la
Resistencia" liderado por Irán desde 2023.
Paralelamente, las cadenas globales de valor y el comercio
internacional también se vieron afectados por otros factores de alcance
mundial, como la pandemia de COVID-19 y los desastres naturales asociados al
cambio climático (inundaciones, incendios y sequías, entre otros), que han sido,
junto a los otros acontecimientos, los principales causantes del estancamiento
de la economía global, que entre 2022 y 2024 sólo creció a un promedio anual de
2,4% (UNCTAD, 2025).
A todos estos hechos, que también son el reflejo del
agotamiento del orden internacional liberal, ahora se suma un cambio radical en
la política exterior de Estados Unidos que podría acelerar y profundizar dicho agotamiento
hacia el colapso total del ordenamiento internacional vigente. En efecto, el
gobierno de Donald Trump, a diferencia de sus predecesores, ha dejado de
defender la democracia, el libre comercio y el multilateralismo, generando una incertidumbre
que no sólo acentúa el proceso de desglobalización y desacople, sino que podría
poner punto final al ordenamiento basado en el sistema de Naciones Unidas y
Bretton Woods. De hecho, desde su primera administración, y también ahora,
Trump ha elogiado a líderes autoritarios, impuesto aranceles a varios países y
retirado a Estados Unidos de acuerdos y organismos internacionales fundamentales
para la gobernanza global, como la Organización Mundial de la Salud, el Consejo
de Derechos Humanos de la ONU, el acuerdo de la OCDE sobre impuestos globales y
el Acuerdo de París sobre el cambio climático.
Tomando todo esto en consideración, en este artículo se
analizan dos elementos clave del nuevo orden internacional trumpista: 1) el
acercamiento a Rusia y el alejamiento de Europa, y 2) el pragmatismo transaccional.
Acercamiento a Rusia y alejamiento de Europa
El acercamiento del gobierno de Trump al régimen autoritario
de Vladimir Putin marca un giro de 180 grados en la postura estadounidense
frente a la guerra en Ucrania. Este “golpe de timón” plantea a su vez una
reconfiguración geopolítica en la que Estados Unidos no sólo estrecha lazos con
su principal adversario militar, sino que también se aleja de sus aliados
tradicionales, agrupados en el G7 y la OTAN. Si bien esta estrategia parece
estar orientada a evitar el afianzamiento del eje Moscú-Pekín, que se fortaleció
significativamente durante el gobierno de Joseph Biden, también genera
incertidumbre sobre la credibilidad de Estados Unidos como socio confiable y
pone en riesgo las alianzas forjadas desde el final de la Segunda Guerra
Mundial, pilares de la pax americana.
Algo similar ocurrió durante la Guerra Fría, cuando el
gobierno de Richard Nixon, asesorado por Henry Kissinger, se acercó a la China
de Deng Xiaoping para impedir una alianza comunista y antioccidental entre la
URSS y China. Sin embargo, en aquella ocasión, Nixon no desafió los principios
tradicionales de la política exterior estadounidense ni se alejó de sus aliados
europeos; al contrario, los mantuvo intactos y reforzó la seguridad del bloque
occidental.
Aunque la estrategia de Trump podría parecer
contraproducente desde el prisma político de la Guerra Fría, existen elementos realistas
del contexto actual que podrían justificarla. En primer lugar, dado que la
configuración geopolítica del mundo ha vuelto a ser esencialmente tripolar – con
Pekín, Moscú y Washington como los principales actores - y dado que China se ha
convertido en el principal adversario económico, tecnológico y financiero de
Estados Unidos, resulta lógico intentar debilitar la alianza entre China y
Rusia, su principal adversario militar.
Esta estrategia cobra aún más sentido si se considera el
potencial de los BRICS+, entre los que también se incluye a Bolivia y que
algunos autores han denominado “sinosfera” (Cutler, 2022) o “Este Global” (Ikenberry,
2024). Este bloque de países emergentes y ricos en recursos naturales, que se
distingue del Sur Global (donde verdaderamente pertenece Bolivia) y se opone a
la “anglosfera” u “Oeste Global”, liderado por Estados Unidos, es el que
promueve un mundo multipolar o multiplex y el único que había intentado
socavar el orden internacional liberal, hasta la llegada de Trump a la escena
política mundial.
Con esta lógica disruptiva, Trump ha estado tratando de acabar
con la guerra en Ucrania, sin importar que Putin obtenga un significativo triunfo
militar sobre Europa y el propio Estados Unidos. Con dicho triunfo, Rusia no
sólo podría anexar una parte importante de Ucrania, sino que también podría
tener vía libre para expandirse sobre otros países europeos. Esto es así porque
el gobierno de Trump ha anunciado que no seguirá financiando la defensa europea
ni tampoco cumplirá el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte, en caso de
una agresión externa a un miembro de la OTAN.
Mediante estas maniobras y anuncios, Trump pretende ganar
por doble partida, porque no sólo está reduciendo el enorme gasto que supone el
sostenimiento de la Alianza Atlántica en la que solo Estados Unidos cubre
aproximadamente el 60% del presupuesto; sino que además, al dejar a los países
europeos a su suerte frente a la amenaza rusa, los obliga a adquirir armamento
y equipamiento militar de fabricación estadounidense, ya que ni Europa ni
Canadá cuentan actualmente con la capacidad industrial suficiente como para
armar un ejército de la OTAN sin la participación de Estados Unidos.
Pragmatismo transaccional
Quienes intentan relacionar al trumpismo con una ideología
claramente definida, como el conservadurismo liberal de extrema derecha por
ejemplo, u otras tendencias similares que han llegado al poder en algunos
países europeos y Argentina, no han terminado de comprender que lo que guía
este movimiento, al menos en el escenario internacional, son los intereses
nacionales y el pragmatismo transaccional a ultranza. La lógica es muy clara y
simple, anteponer los intereses de Estados Unidos primero (America First)
para hacer grande al país nuevamente (Make America Great Again).
Bajo estas consignas, el gobierno de Trump está intentando terminar
con la guerra en Ucrania. Pues antes que detener la matanza o evitar la
destrucción de Ucrania, lo que busca la administración trumpista son beneficios
económicos y estratégicos que puedan permitir a Estados Unidos mantener su
hegemonía global. Por estos motivos, Trump ha señalado en varias oportunidades que
quiere lograr una compensación por los varios billones de dólares que el
gobierno de Biden entregó a Ucrania en forma de donación. Para lo cual, ha
estado negociando con Ucrania un acuerdo para explotar sus tierras raras y
otros recursos naturales, que le podrían servir para enfrentar a China en el
ámbito tecnológico.
La idea es constituir un fondo de reconstrucción
administrado por Ucrania y Estados Unidos, para explotar ciertas riquezas de
Ucrania en favor de la reconstrucción del país y de los intereses geoeconómicos
de Estados Unidos. El acuerdo, que tenía que ser firmado durante la visita del
presidente Volodimir Zelensky a Washington, fue postergado indefinidamente tras
el maltrato que recibió este último de parte de sus anfitriones
estadounidenses, Trump, Vance y Rubio, en la oficina oval de la Casa
Blanca.
Este incidente, que muestra cómo las más altas autoridades
de Estados Unidos quieren imponer sus condiciones, también deja dudas sobre la
verdadera efectividad de la estrategia trumpista, debido a que el intento de
doblegar y amedrentar públicamente al presidente ucraniano provocó reacciones
que alejan la posibilidad de concretar el acuerdo antes mencionado. En efecto, tras
su tensa reunión en la Casa Blanca, Zelensky no sólo recibió el decidido apoyo
de los países europeos que se comprometieron a incrementar su ayuda económica y
militar a Ucrania, sino también el apoyo de su propio pueblo. Esto último
desmiente el argumento trumpista de que Zelensky sería un “dictador sin
elecciones” por haberse prorrogado en sus funciones debido a la guerra sin
contar con apoyo popular. Lo ocurrido en la Casa Blanca ha dejado en evidencia
que Zelensky no sólo tiene apoyo de su pueblo, sino que éste incrementa con los
ataques y maltratos de Trump.
Conclusión
El nuevo orden internacional que impulsa Donald Trump se
basa en una combinación de pragmatismo extremo, nacionalismo económico y una
reconfiguración de alianzas que rompe con los principios tradicionales de la
política exterior estadounidense. Su acercamiento a Rusia y su distanciamiento
de Europa no solo desafían la estructura de seguridad global construida desde
la Segunda Guerra Mundial, sino que también aceleran el proceso de
desglobalización y erosionan la credibilidad de Estados Unidos como garante del
orden liberal. Sin embargo, la efectividad de esta estrategia sigue siendo
incierta, ya que su lógica disruptiva, aunque pueda generar beneficios
económicos a corto plazo, también aumenta las tensiones internacionales y deja
a Washington en una posición de mayor aislamiento. En este escenario, el
trumpismo no solo redefine el papel de Estados Unidos en el mundo, sino que
también pone a prueba los límites de un sistema internacional en crisis, donde
las reglas tradicionales de la diplomacia parecen ceder ante la política de la
transacción y la fuerza.
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