La detención del número uno del tenis mundial, Novak Djokovic, en un hotel para refugiados y solicitantes de asilo de Melbourne-Australia, mientras las autoridades judiciales de ese país decidían si debían deportarlo o no, ha generado una ola de protestas en todo el mundo por lo que, según los seguidores de Novak, su padre, los antivacunas y el gobierno de Serbia, ha sido un maltrato injusto y humillante digitado por la oligarquía mundial.
Aunque el gobierno australiano explicó que Djokovic no proporcionó pruebas adecuadas sobre uno de los requisitos necesarios para ingresar al país, en referencia a la vacuna contra la covid-19, y que “nadie está por encima de las reglas”; la evidencia indica que no hay un trato igualitario para todos los inmigrantes, pues mientras Djokovic tuvo que aguardar cinco días para conocer su suerte, hay otros inmigrantes igualmente retenidos en ese mismo hotel, que están esperando ya casi una década y que no tienen siquiera un plazo al cual sujetarse.
Ciertamente, gracias al escándalo global que provocó la detención del mejor tenista del mundo, varios medios internacionales se contactaron con los alojados en ese mismo hotel y dieron con Mehdi Ali, un joven iraní de 24 años que llegó en un bote a Australia hace ya nueve años, y que desde entonces ha permanecido encerrado en ese tipo de hoteles, como si fuese un criminal.
Si bien es cierto que no es lo mismo arribar en avión a jugar un Grand Slam que llegar en bote escapando de la guerra, se supone que las leyes son iguales para todos y que “nadie está por encima de las reglas”.
Pero así como nos enteramos de que hay jóvenes como Mehdi, que son forzados a desperdiciar los mejores años de su vida en centros de detención “temporal”, por el solo hecho de haber escapado de la muerte o de una vida indigna, también deberíamos tener presente que actualmente hay varias decenas de millones de migrantes en todo el mundo que están atravesando situaciones tanto o más graves que la de Mehdi, y que si no hacemos nada, esto seguirá creciendo en los próximos años.
En efecto, tal como dijo el Relator Especial de los DDHH de los Migrantes de la ONU, Felipe González: “Djokovic, que no es ni refugiado ni solicitante de asilo, obtuvo lo que las organizaciones de DDHH han venido pidiendo para los refugiados y solicitantes de asilo: que las deportaciones deben suspenderse hasta que se emita una decisión judicial”.
La crisis migratoria se ha convertido un problema global, agravado por la pandemia y el cambio climático, que debe ser encarada con políticas de cooperación entre los gobiernos y organismos involucrados para atenuar sus desventajas y sacar el mayor provecho de sus ventajas. Pero lamentablemente, aún no existe conciencia de que se trata de un problema que afecta a todos y muy por el contrario, se han acentuado los nacionalismos que promueven la xenofobia y el racismo contra los inmigrantes.
Esto ha ocurrido específicamente en Europa con los inmigrantes que llegan del Medio Oriente y de África, en Estados Unidos con los que arriban de América Latina, especialmente mexicanos, y en otras latitudes del sur global, donde la población desplazada ha crecido más rápidamente que en los países ricos, como en el norte de África, el Asia occidental y el África subsahariana (ONU, 2020).
En Bolivia, que es un país enclaustrado que ha permanecido casi completamente aislado de los flujos migratorios que afectaron al continente americano en el pasado, principalmente durante la trata transatlántica de esclavos entre los siglos XVI y XIX y durante los desplazamientos que provocaron las dos guerras mundiales; se ha sentido por primera vez la presencia de miles de inmigrantes venezolanos que han llegado a estas altas montañas, seguramente a pie, después de no haber podido ingresar a Colombia, Ecuador y/o Perú, debido a las restricciones migratorias que estos tres países han impuesto recientemente, y muchos de ellos con la idea de continuar su viaje hacia el Brasil, Chile o Argentina.
Lo ocurrido con Djokovic, lejos de ser solo el reflejo de la coyuntura actual, marcada por la controvertida exigencia de la vacuna como requisito de viaje, debe constituirse en un ejemplo de que lo que parece ser injusto a primera vista para ciertas personas, es en realidad un privilegio para otras, y que a nuestra especie aún le falta mucho por acabar con la discriminación, tal como lo plantean el Pacto Mundial para la Migración y los Objetivos del Desarrollo Sostenible.
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