Publicado en La Razón
Aquí hubo un tremendo doble estándar de parte de Bolivia: por una parte exigía soluciones y por otra frenaba todas las posibles soluciones”, decía el presidente chileno, Sebastián Piñera, en una entrevista radial dos días después de la liberación (1 de marzo) de los tres soldados bolivianos detenidos de manera ilegal en Chile el 25 de enero, cuando realizaban una misión de lucha contra el contrabando, en uno de los mayores errores cometidos por la diplomacia de ese país, como lo califica el expresidente Carlos Mesa.
Evo Morales señalaba, días antes, que el encarcelamiento era una venganza por su intervención en la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), llevada a cabo nada menos que en Santiago de Chile, en la que pedía enérgicamente la restitución de mar con soberanía. Esa ocasión, el Presidente de Bolivia enumeró claramente las repetidas veces que Chile ha violado el Tratado de Paz y Amistad de 1904. “Lamentablemente, se ha perdido la salida al mar de una manera injusta, impuesta por un tratado incumplido e injusto”. Parece ser que Piñera no perdonaría esto, por lo que Morales lo acusó de desquitarse encarcelando a los soldados bolivianos.
Así terminaba una historia de invectivas que muy probablemente continuarán hasta el día en que Piñera deje la presidencia de su país; pero para relatar la historia de los dimes y diretes entre ambos mandatarios hay que remontarse a 2010, cuando todo parecía ir viento en popa y se preparaba la retoma de la agenda de los 13 puntos iniciada en 2006 con el gobierno de Michelle Bachelet.
El 10 de marzo de 2010. Día soleado en el barrio santiaguino de Providencia. Morales y Piñera disputan un partido amistoso de fútbol, después del rescate de los 33 mineros atrapados en una mina de cobre al norte de Chile. El espectro de la historia entre ambos países, sin embargo, extiende su sombra y la tensión hace del juego una alegoría por demás obvia del conflicto marítimo.
El futuro mandatario chileno goza del momento más álgido de popularidad. Todos, incluyendo al mismo Piñera, pueden recordar frescas las palabras de su campaña electoral: “Vamos a facilitar el acceso de Bolivia a nuestros puertos para que los puedan usar para el comercio exterior, pero no vamos a ceder ni territorio ni mar” (cita extraída del texto académico Las relaciones Bolivia-Chile y el riesgo para la seguridad regional del diplomático Andrés Guzmán, documento del que se extraen las fechas de los encuentros diplomáticos para la totalidad de este artículo).
Si bien lo dicho en su campaña no era lo más prometedor para Bolivia, al menos anunciaba buena disposición. Al día siguiente, Piñera inicia su mandato.
14 de julio de 2010 es la fecha para un encuentro a nivel de vicecancillerías en que se retoma la agenda de los 13 puntos, entre los que está el debate sobre una salida soberana al Pacífico para Bolivia. El lugar de la reunión es La Paz. Su conclusión no produce ningún avance. No obstante, ambos países firman un acta en el que se comprometen a “proponer así como alcanzar soluciones concretas, factibles y útiles en la próxima y sucesivas reuniones”.
La siguiente reunión está programada para noviembre de ese año, pero el compromiso parece quedarle grande a Chile si se considera que lo pospone hasta hoy. En la reunión del Mercosur, en diciembre de 2010, los presidentes se encuentran en Foz de Iguazú y elevan el tratamiento del tema a nivel de cancilleres. Hay dos reuniones, una en Santiago y otra en La Paz. Sus conclusiones no producen ningún avance.
Morales quiere creer que no hay ninguna estrategia premeditada de retardar el diálogo y así lo expresa repetidas veces. Conjetura razones por las que, tal vez, Chile pospone las reuniones y pide reanudar el diálogo.
El 22 de enero de 2011, día del Estado Plurinacional, Morales expresa en su informe anual: “Atacama antes era Bolivia, esperamos recuperarla pronto”. Al día siguiente, como en un contrapunteo, Piñera replica: “Atacama es y seguirá siendo chilena, con soberanía chilena, y eso nunca ha estado ni va a estar en las conversaciones con Bolivia”.
El 17 de febrero de 2011, Morales pide a Chile presentar una propuesta de solución antes de que se cumplan los 132 años de la batalla de Calama, el 23 de marzo de ese año. Chile toma la declaración como un ultimátum, escribe Guzmán.
Entre miles de colegiales uniformados, militares, autoridades y uno que otro heladero (también uniformado) o salteñero que logra colarse para vender su mercancía, la plaza Abaroa de La Paz es el escenario de un ritual muy conocido por los paceños: los actos conmemorativos del 23 de marzo. “La lucha que ha marcado nuestra historia por 132 años, ahora debe incluir otro elemento fundamental: el de acudir ante los tribunales internacionales y organismos internacionales demandando en derecho y en justicia una salida libre y soberana al océano Pacífico”, dice Morales rodeado de los escolares emperifollados.
Hasta aquí llegamos, parecía responder Chile que a través de su canciller Alfredo Moreno señala dos caminos: el país debía elegir entre diálogo o diferendo internacional. Bolivia opta por lo segundo.
El 2 de abril de 2011, Morales se queja de que el mandatario chileno ignora la historia, por lo que es “imposible debatir” con él. A eso Piñera contesta con que hay un tratado que hay que respetar, a pesar de que la impostura de la afirmación es evidente al ser públicas las numerosas violaciones al acuerdo que Chile continúa realizando.
Ahora hay intentos de acercamiento, éstos, si bien son infructíferos, apaciguan el intercambio verbal, aunque no lo detienen, hasta el 23 de marzo de 2012, cuando Evo ratifica el camino de acudir a un tribunal internacional. “Los tratados son para cumplirlos”, es la réplica del chileno.
Ya de locales, llega la cumbre de la Organización de los Estados Americanos. Bolivia espera lograr el apoyo de otros países en las reuniones realizadas en Tiquipaya, Cochabamba. “Si hay alguna posición radical de Chile es justamente (porque) hay temor a las acciones que estamos tomando, si no les causaría tal vez risa”, dice y Piñera contesta con lo que ya parecen las únicas palabras de su léxico para referirse al conflicto marítimo: “Quisiera decir al pueblo boliviano y al Presidente de Bolivia que los tratados se firman para cumplirlos”. La impostura es reiterada.
La historia es circular: empieza y termina en lo mismo, es decir, con Piñera hablando de dar fiel cumplimiento al Tratado de 1904. Paradójicamente, eso es algo que bien podría ser una exigencia boliviana ante Chile.
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